El tono de las conferencias presidenciales en el tema de la prensa ha encontrado un referencial en casos como el del periodista de televisión Jorge Ramos. El tete-a-tete del lunes de esta semana no fue una lección de periodismo, sino una expresión del antiperiodismo: la prensa puede ser también intolerante ni tampoco constituirse en un tribunal inquisitorial de confrontación.
Una frase de Ramos pudiera tener una equivocada interpretación; dijo que la prensa es un contrapoder, es decir, un poder que enfrenta o contrapesa a otro poder.
Pero hay de poderes a poderes: alguna vez el editor Rogelio Cárdenas Sarmiento afirmó que el poder de la prensa es como el humo: incómoda, molesta y a veces no deja respirar; sin embargo, carece de instrumentos coercitivos y se disuelve como el humo.
El problema se localiza en el concepto de la palabra poder.
Se tiene como definición el concepto de Max Weber de que el poder es la capacidad de hacer que el otro haga lo que uno quiera.
Y la prensa no representa a nadie; si acaso, sirve para documentar a la sociedad de los abusos del poder institucional y de los poderes fácticos.
Tan no es poder la prensa que ha aceptado su derrota frente al poder criminal de las bandas delictivas, con casos concretos de medios que han silenciado la difusión de informaciones criminales o esconden a los reporteros que investigan por amenazas en contra de la integridad del medio y de los periodistas.
El Estado y sus funcionarios y los poderes fácticos sí representan instancias de dominación.
El periodismo carece de definiciones ideológicas y políticas y su función es develar, descubrir y hacer pública la vida oscura y sus defectos de quienes sí tienen los hilos de la dominación social.
Jorge Ramos no es un contrapoder, sino un periodista contratado por un gran consorcio estadounidense de comunicación que ha participado en apoyos a los grupos de poder estadounidenses e internacionales.
Hasta el momento la línea informativa crítica de Ramos le ha servido a Univisión para consolidar una posición como consorcio empresarial que responde de manera exclusiva a sus accionistas y no a la sociedad, La otra parte radica en los tonos. Todos celebran que la primera pregunta que le hizo Ramos al presidente venezolano Nicolás Maduro fue provocadora: si debería referirse a él como dictador.
Un periodista tiene la función y la obligación de probar una conclusión, a menos de que se trate de un analista crítico
o de opinión que pudieran comenzar por el final de sus apreciaciones sobre una realidad.
Una buena entrevista debió haber desnudado a Maduro como dictador y no haber caído en el modelo determinista de la percepción del entrevistador de que el entrevistado es un dictador y por lo tanto así hay que asumir sus respuestas.
Ahí está la entrevista de David Frost a Richard Nixon.
Ni inquisiciones ni poderes invisibles son los espacios de funcionamiento de la prensa. Su tarea en las diferentes especialidades radica en descubrir y contar la realidad que los poderes de dominación quieren ocultar.
La confrontación de Ramos con el presidente López Obrador no aportó nada nuevo que no se haya establecido ya en análisis, columnas y reportajes, aunque esta vez se tuvo la visibilidad de un medio de comunicación estadounidense en español.
POR CARLOS RAMÍREZ
@carlosramirezh