TAMAULIPAS.- El griterío de la población delató el ataque inminente. Los que se enteraron y tuvieron tiempo recogieron apuradamente las pertenencias más indispensables y abandonaron, junto con las mujeres y los niños el poblado.
ERA EL 3 DE ABRIL DE 1864.
Una armada de tres navíos y ocho balandras tripuladas por varios cientos de bucaneros comandado por los capitanes Juan Marcan y Samuel Juárez al que se conocía con el apodo del “Rey de Tampico”, la fuerza naval del temido pirata holandés Laurent Graff, el célebre Lorencillo, desembarcaron en Tampico.
Desprovista la plaza de defensa militar, los bandoleros la saquearon e incendiaron. Sin que nadie les pusiera alto, dieron rienda suelta al pillaje, después hicieron prisioneros a numerosos vecinos, entre ellos a un religioso de San Francisco, que retuvieron como rehenes mientras cargaban los barcos de harina, pescado, azúcar y el botín de asalto, entre el que se encontraba el ornamento de la iglesia y su platería.
Durante las dos semanas que los filibusteros permanecieron en el puerto se dedicaron a sembrar terror y la zozobra entre los indefensos moradores que no lograron escapar ni ponerse a salvo del ataque.
Fueron quince días de borracheras, abusos y vejaciones que los tampiqueños que las sufrieron no olvidarán jamás. Saciados los instintos, colmadas las ambiciones, exhaustos por los excesos, los aventureros decidieron hacerse a la mar el 8 de mayo ante el temor de que las fuerzas navales de la Corona Española, alertados de la agresión, acudieran a defender la plaza. Sus temores no eran infundados.
En los momentos en los que cruzaban la barra y se disponían a alejarse impunemente con el producto de sus fechorías, llegaron al lugar las naves de la Armada de Barlovento que al descubrirlos se lanzó sobre ellos para cerrarles el paso y atraparlos, mientras los rufianes emprendían la huida a toda velocidad con el propósito de escapar.
NO TODOS LO CONSEGUIRÍAN.
La fragata “Presbíteros” y una baladra de los bandoleros fueron abordados por los buques españoles y los facinerosos, 104 en total, fueron aprehendidos y después de ser enjuiciados por los delitos cometidos, catorce de ellos fueron ahorcados en el puerto de Veracruz.
El castigo, sin embargo, lejos de amedrentarlos o disuadirlos para que suspendieran las incursiones y los actos de pillaje en los litorales, parece que fue como un acicate pues no había concluido mayo cuando los piratas atacaron nuevamente y con mayor furia al desamparado pueblo.
A bordo de cuatro embarcaciones arremetieron otra vez contra la indefensa población que volvió a sufrir las atrocidades de los delincuentes del mar que, agraviados por el reciente ajusticiamiento de los compañeros de pillerías, desahogaron la sed de venganza contra los moradores.
En agosto siguiente efectuaron un nuevo ataque y volvieron a saquear al inerme poblado que se convirtió en el blanco constante de la piratería que asolaba las costas de la Nueva España.
Pese a las medidas adoptadas por las autoridades de la Colonia para ponerle un freno a las agresiones y a los graves daños económicos que éstas ocasionaban al Virreinato, los filibusteros continuaron castigando a la navegación comercial y arrasaban frecuentemente puertos, villas y aldeas.
Ante el temor de que los ataques piratas se repitieran, los tampiqueños recogieron cuanto tenían y empezaron a emigrar hacia el interior a fin de establecerse en sitios más seguros y alejados de los peligros de vivir en la costa.
Unos fueron hacia la zona del Pánuco y otros hacia la de Altamira Abandonado por los moradores Tampico desapareció temporalmente de la geografía del Golfo de México, aunque luego, como el Ave Fénix, renacería de las cenizas para escribir nuevos capítulos de la historia.
ENROQUE / JOSÉ LUIS HERNÁNDEZ CHÁVEZ
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— Expreso (@ExpresoPress) January 5, 2021