En una situación de inestabilidad política en México, y con un ambiente internacional favorable a la reconquista por el apoyo de la Santa Alianza y la anuencia del nuevo gabinete británico de Lord Wellington, el gobierno español emprende una expedición con esa finalidad.
Desde el 8 de enero de 1829, el coronel Feliciano Montenegro —a la sazón cónsul mexicano en Nueva Orleans— informó al gobierno sobre los rumores escuchados en La Habana sobre una expedición de reconquista, que se esperaba que llegara a las costas de la península de Yucatán.
Desde los primeros días de julio, el gobernador de Veracruz, Antonio López de Santa Anna estaba al tanto de la expedición a través de sus informantes de Cuba, por lo que escribió varias cartas al presidente Vicente Guerrero a quien le pidió recursos extraordinarios para preparar la defensa.
Los periódicos El Sol, el Correo de la Federación y El Censor, publicaron editoriales para alertar a la población y exhortar la unión entre mexicanos sin importar su filiación política.
Mientras eso pasaba en México, en Cuba se decidió que el mando de la empresa de reconquista recayera en el brigadier Isidro Barradas, quien había pedido el mando convencido equivocadamente, que la población mexicana se sumaría en masa a su causa.
El desembarco
Pronto llegó a Tamaulipas la noticia de haber zarpado de Cuba, con destino a costas mexicanas, una expedición de tropas españolas, que ya surcaba los mares, sin saber el punto fijo al cual se dirigía. Poco después se supo que los españoles habían desembarcado en “Playa Jerez” o “Cabo Rojo”, en costas del norte de Veracruz.
La primera escaramuza ocurrió el 31 de julio en un paraje llamado Los Conchos, lo que arrojo como resultado la derrota del ejército mexicano. Las tropas españolas lograron apoderarse de Tampico el Alto, Pueblo Viejo y el Fortín de la Barra en los primeros días de agosto.
A don Felipe de la Garza, quien era comandante general de la zona, muchos lo acusaron por ser torpe.
En Los Conchos cayeron en poder de los invasores españoles, unos cuatrocientos prisioneros, entre los cuales destacaba el valiente capitán Hernández, quien en presencia de los vencedores, y antes de entregar la espada que le exigían, se precipitó sobre ella, dándose muerte.
Los españoles quedaron admirados al presenciar aquel acto, y más les sobrecogió el hecho, cuando supieron ahí mismo que aquel benemérito ciudadano no pertenecía al ejército regular, sino a los propietarios civiles, armados y reunidos ahí voluntariamente a las órdenes del general Garza.
Los generales Felipe de la Garza y Manuel Mier y Terán trataron de detener inútilmente el avance hacia Altamira.
Vicente Guerrero hace un llamado a defender la patria
El 2 de agosto, una vez confirmada la invasión, el secretario de Relaciones Exteriores e Interiores de México, José María Bocanegra, pidió a los gobernadores de los Estados tomar las precauciones necesarias, mientras que el presidente Vicente Guerrero en un efusiva proclama dirigida a la población realizó el aviso oficial, solicitó voluntarios y giró instrucciones para distribuir las tropas en cinco secciones bajo las órdenes de los generales Santa Anna, Garza, Herrera, Valdivieso y Velázquez.
Las milicias de San Luis Potosí, Zacatecas, Nuevo León, Tamaulipas, Veracruz y México respondieron al llamado.
En Veracruz, el general Antonio López de Santa Anna organizó un Ejército de Operaciones para ser él, por su proximidad a los pueblos tomados, el primero en hacerles frente. Paralelamente la División de San Luis Potosí, comandada por Zenón Fernández, pero puesta al mando interinamente del general Francisco Valdivieso, se puso en marcha hacia la zona invadida.
Inicia la lucha por Tampico
El 7 de agosto de 1829 los españoles entraron a Tampico.
Se dice que una vez ocupada la ciudad, muchos habitantes pacíficos de esos rumbos: ancianos, mujeres y niños, se internaron a los bosques llevándose parte de sus ganados y animales domésticos, mientras que los hombres útiles de la comarca se hallaban por ahí próximos, con las armas en la mano, prestos a defender suelo patrio.
El 11 de agosto Santa Anna llegó a Tuxpan, al día siguiente se dirigió con sus tropas hacia el Pueblo Viejo de Tampico.
El día 15, el brigadier Barradas, emulando a Hernán Cortés, ordenó al almirante Laborde zarpar con toda la flota que estaba anclada en la costa, con rumbo a Cuba, su intención era regresar por refuerzos de un segundo ejército español y eliminar cualquier tentación de deserción por parte de sus tropas.
El día 16, 1800 españoles al mando de Barradas dejaron Tampico y se dirigieron a Altamira en búsqueda de víveres, durante su marcha fueron hostilizados de forma esporádica por el capitán mexicano Domingo Ugartechea.
El general Manuel Mier y Terán con un contingente de 200 hombres y 2 piezas de artillería apoyó la operación.
El 20 de agosto por la noche, sabedor de que Barradas estaba en Altamira, Santa Anna pretendió sorprender a los 600 españoles emplazados en la ciudad de Tampico.
Partiendo desde El Humo embarcó a sus hombres en cayucos para cruzar sigilosamente el río, pero a un miliciano cívico se le fue un tiro propiciando así una balacera entre las propias tropas mexicanas.
El coronel Salomón, jefe del Estado Mayor de Barradas, enarboló la bandera blanca para negociar la rendición.
Durante la tregua parlamentaria, los 1800 hombres que comandaba Barradas en Altamira llegaron de regreso al sitio del combate.
Santa Anna se encontró en una situación comprometida, sus tropas habían sido rodeadas por una fuerza muy superior, no obstante, Barradas con pundonor respetó la tregua negociada y accedió a la entrevista.
Las fuerzas de ambos bandos acordaron regresar al estado original del combate, los españoles se mantuvieron en Tampico y los mexicanos regresaron al Pueblo Viejo.
Reunida la oficialidad mexicana a orillas del río Pánuco, se designó a Mier y Terán como segundo jefe del Ejército de Operación y se envió a De la Garza a la Ciudad de México. Mientras tanto los españoles construyeron un fortín en La Barra, el cual sería defendido por 400 hombres al mando del coronel Luis Vázquez.
Finalmente, el 7 de septiembre, llegó la División de San Luis Potosí a Altamira para sumar una fuerza de 5000 efectivos. La plaza quedó defendida por el general Zenón Fernández con los cívicos de Tamaulipas y con la mayor parte de las fuerzas que habían llegado.
Mier y Terán avanzó con mil hombres y tres piezas de artillería.
Las tropas mexicanas se posicionaron en la hacienda del paso de Doña Cecilia e instalaron en la laguna del Carpintero un fortín y campamento militar, cortando la comunicación de las fuerzas españolas.
El 8 de septiembre, Santa Anna envió un mensaje a Barradas solicitando la rendición incondicional dando un ultimátum de 48 horas.
En respuesta, Barradas pidió paso franco para evacuar el país, pero Santa Anna no aceptó la petición argumentado haber recibido órdenes específicas de rendición incondicional o lucha a muerte.
Al día siguiente, Barradas negó la rendición incondicional y con una tropa debilitada por la fiebre amarilla se dispuso al combate, el cual iniciaría al terminar el armisticio pactado.
El combate final inició el atardecer del 10 de septiembre y terminó a las tres de la tarde del 11 de septiembre de 1829. Los soldados españoles protegidos por empalizadas y cañones, se defendieron con tenacidad y desesperación y la encarnizada lucha se desarrolló a la bayoneta, es decir, cuerpo a cuerpo, incluso con los puños. Este sangriento enfrentamiento obligó al ejército español a rendirse ante las tropas mexicanas que se desempeñaron con valor y audacia pocas veces vista en un ejército.
La capitulación de los españoles fue redactada y firmada por el “Ejército de Operaciones Mexicano” en Pueblo Viejo, Veracruz y ratificada por el brigadier Isidro Barradas en la “Casa Fuerte de Castilla”, en la Plaza de La Libertad de Tampico, el mismo 11 de septiembre de 1829, por la tarde.
Durante buena parte del siglo XIX, el 11 de septiembre formó parte del calendario cívico, pero tiempo después sería borrado, quizás por demeritar el triunfo de Santa Anna, quien es el estereotipo mexicano por excelencia, de traidor.
Por Marvin O. Huerta Márquez