15 diciembre, 2025

15 diciembre, 2025

Luna la de octubre

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

TAMAULIPAS.- La mejor luna de octubre se ve desde Ciudad Victoria. Al pie de cualquier paisaje con fondo estilo Rembrandt, desde la puerta de su casa a tres cuartos de cancha, en el cielo raso o con una nubecilla, la enorme luna brilla con una estrella.

Es una maravillosa escena cósmica, un lugar cercano a los ojos como alcanzarla y hacer el viaje. Necesitamos tener paciencia mientras la luna se peina y brota de la oscuridad en los brazos del sol que desaparece en la quietud de la llamada noche.

Tal vez no te saques la lotería durante el día o en la vida, pero puedes correr las cortinas y ver la luna atisbar el cielo y disipar las estrellas. Desde luego habrá una preferida o podrías buscar una. Supón que sigue siendo de noche, hay música de un sitio desconocido, ni siquiera sabrías decir el punto cardinal de donde viene, vino del norte, luego del oeste mientras veías la luna. A cada ciudadano le toca una luna o varias según lo prefiera.

La han visto por la calle, en los techos, en los suburbios oscurecidos cerca de la sierra. La luna entra por la ventana e ilumina una estancia donde hay dos que se abrazan en la sombra, otros dos repiten el abrazo efímero de las cortinas que se mueven con el aire. Todos los dibujos de la luna corresponden a las de octubre, es la misma.

Pasa octubre por la luna como en los dibujos antes de perderse entre los árboles de la aurora. Hay lunas curiosas que nos miran en el día. El mar, espejo de la luna, decía Borges. Lo es más ahora en una gran fogata donde juegan los ojos y los que sólo sueñan que sueñan el mar y sus barcas. Ver la luna entre las ramas de un poema, en el hueco de una canción donde quepamos, tenerla en las manos, arrancarla como una manzana antes de que se eche a perder, comerla.

Pinta la luna blanca, roja, amarilla, naranja y verde, negra y azul, la luna es una biznaga, una gran pelota agujerada. Iba manejando, iba a más de 100, oscurecia y no podía ver más que la luna y me detuve. Hay una extraña conexión entre la cumbre de la montaña y los astros, hay una parte de nosotros que se mueve como la luna, según la luz, según quien la observa.

Una luna de uno que puedas traer en el bolsillo o en la mano vacía, por si te preguntan. Serías alguien si enseñaras la luna con la mano abierta. Serías un profeta en tierra propia y te pedirían ir para que te vieran desde el santuario, en los ejidos cercanos con un café negro en la mesa. Podrías cobrar un billete porque la vieran o regalarla en un cumpleaños.

La esconderías en el ropero, en una caja de zapatos rotos y no dirías a nadie dónde la olvidaste. Cómo le hagas, la luna sale y es la de octubre. Te das la vuelta como una piñata y miras la sombra de los últimos días de octubre con tu cambio de luces y de horario, tus recibos de luz que no falten.

El sol también salió y volvió al otro lado del mundo luego de haber estado un rato en las calles de la ciudad, husmeando, oliendo las paredes y el alfabeto de los grafiteros. Si hay nubes en el cielo, el esplendor de la luna abre la rosa del Sharon y en los bordes un amarillo hace ver el lápiz de tiza para el contorno que se difumina. La he visto pintarse los ojos, pero sólo escribo, no puedo hacer nada más que eso, aunque quisiera tocarla con las manos, tomarle una foto al mundo desde sus pétalos. HASTA PRONTO.

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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