Algo queda claro en el proceso electoral que estamos viviendo: por diferentes razones -simbólicas algunas, materiales la mayoría- Tamaulipas está convertido en un estado muy preciado para las dos principales fuerzas políticas que se lo disputarán el año próximo.
Por un lado está el enfrentamiento que presenciamos entre el gobierno federal y el estatal que derivó en episodios inéditos para la vida política de la entidad.
Aunque en los últimos meses hemos visto cómo, por razones que todavía no están del todo claras, las aguas comenzaron a apaciguarse, se volvió prioritaria la victoria en la elección del 5 de junio.
Pero quizás lo más importante sea el valor real que tiene el estado: 18 cruces fronterizos, dos puertos marítimos en operación, uno cerca de empezar a funcionar, y un litoral prácticamente virgen en términos de inversión, que se suman al potencial energético e industrial del estado.
Esa es la dimensión de lo que está en juego, no solo para los partidos políticos, también -desafortunadamente- para los poderes fácticos cuyos intereses están de por medio en la competencia electoral.
El riesgo una vez más, pero ahora más que nunca, es que los competidores (lícitos y escondidos) caigan en la tentación de los clásicos del futbol: ganar como sea.
En el mismo contexto, podría inscribirse la discusión abierta por las posibles alianzas, y que ya ha enfrentado a comités nacionales y estatales.
Aunque al final serán las cúpulas de los partidos las que decidirán en la Ciudad de México con quién se aliarán para competir en la elección del 2022, a ras de campo las cosas pueden ser muy distintas.
El priísmo nacional apunta sin mayores miramientos a la alianza con Acción Nacional. Quieren competir juntos en los seis estados que estarán en juego.
Pero en Tamaulipas, ya hemos visto el enfrentamiento que ha generado esta posibilidad entre sus líderes y militantes.
El debate se resume en que hay quienes ven en el PAN a su única posibilidad de salvarse, aunque eso signifique conformarse con ir en la retaguardia de dicha coalición.
Los otros piensan más o menos lo mismo, pero con Morena como su bote salvavidas.
Es decir, en el fondo, en estos momentos la mayor aspiración del PRI es la supervivencia. Y pase lo que pase con la dichosa alianza, queda claro que el voto duro priísta se dividirá según las convicciones de cada uno, o la conveniencia, para ser más claros.
Sobre el PRD ni caso tiene discutir.
La dirigencia nacional y la estatal están amarradas para la alianza con el PAN, aunque eso sea más un gesto simbólico que cualquier otra cosa, si se consideran la miserable cantidad de votos que puede aportar lo que queda del Sol Azteca.
La otra alianza, la reedición de “Juntos haremos historia”, también ha entrado en una situación muy particular.
Mientras las dirigencias nacionalesde Morena, PT y el PVEM confirmaron su alianza con foto y porras de por medio, algo pasó en Tamaulipas, que Manuel Muñoz Cano puso hielo sobre el tema, y
al menos por el momento descartó esta posibilidad. Incluso se destapó como posible candidato del Verde para la elección del próximo año, lo que debería entenderse como un claro desencuentro con el morenismo local. Habrá que ver hasta dónde le alcanza el crédito a Muñoz Cano para sostener esa postura, si desde la Ciudad de México bajan la línea para que la alianza se concrete.
Hay muchos tiradores tras el premio mayor: la gubernatura de Tamaulipas no es cualquier cosa.
POR MIGUEL DOMÍNGUEZ FLORES