TAMAULIPAS.- “Como en los mejores tiempos, nos volvemos a concentrar en este zócalo democrático”. Así comenzó Andrés Manuel López Obrador su discurso por los tres años de gobierno. No podía ser más claro: estamos a la mitad del sexenio de un presidente que encuentra sus momentos de mayor comodidad en la plaza pública, entre las multitudes.
Un líder social que entiende la política desde la lucha más que desde los espacios, privilegiados si se quiere, que otorga el poder. Por eso, resulta natural que México viva este momento de altísima polarización, con todo los riesgos que pudiera conllevar.
Los lugares comunes a los que recurre Andrés Manuel -los neoliberales, los fifís, los conservadores como claros contrincantes- ya forman parte del imaginario nacional, y son compartidos por millones de mexicanos.
Él mismo está convencido de que un cambio verdadero, una transformación real para un país como el nuestro, requiere de esta agresiva terapia de conversión: “primero los pobres” es un mantra más que un slogan político. Pero claro, la realidad no es tan sencilla como la diagnostica el presidente. Por eso, a tres años de su administración (con pandemia de por medio) las cifras no son las que se esperarían de un gobierno tan ambicioso.
La principal, la que más debería preocupar, es que la maquinaria de programas sociales no ha ayudado a reducir los índices de pobreza en la República Mexicana. Tampoco mienten las estadísticas de violencia, que cada día reflejan altísimas incidencias delictivas.
Las razones son muchas y algunas muy complejas, pero quizás podrían resumirse en una frase: las buenas intenciones no bastan. El gobierno de López Obrador sin embargo, sí ha dado pasos en la dirección a la que el tabasqueño quiere llevar al país. Para construir el proyecto de nación que ofreció desde hace al menos 15 años cuando inició su ruta a la Presidencia, hacía falta despegar el poder político del económico.
En ese contexto se inscribe la lucha contra la corrupción (con todo y sus evidentes inconsistencias). AMLO llegó al poder montado en la premisa de poner un alto a los excesos de los poderosos. Y tiene razón, el país no debería pertenecer a la cúpula empresarial y política. En alguna medida, lo ha conseguido: la reacción (sí existe) de quienes por décadas detentaron el poder sin cortapisas así lo demuestra.
Ese mensaje ha llegado claro a la población, o por lo menos a su público cautivo, como lo señalan las encuestas que miden su popularidad, que va del 58% de aprobación en la más baja, hasta el 71% en la más alta. El evento de ayer en el zócalo, con todo y el debate por las cifras de asistencia que pasa a segundo término porque no demostraría sino una importante capacidad de movilización, pintó de cuerpo entero la presidencia de Andrés Manuel López Obrador.
Un gobierno polarizante como ningún otro en la historia moderna de México, que a la oposición le ha costado descifrar porque no se encuadra en sus estándares políticos. Están tan lejos, en lugares tan opuestos, que no hay diálogo posible.
El de Tabasco, guste o no, seguirá gobernando con el mismo estilo, en la plaza pública y entre las multitudes. Sólo el tiempo dirá hasta dónde la alcanzará, porque el 2024 está a la vuelta de la esquina.
CATALEJOS / MIGUEL DOMÍNGUEZ FLORES