Casi destruido llegué hasta aquí a mis últimas horas. Si veo hacia arriba veo el mismo cielo de cuando empecé en enero. Nada cambió y soy el que soy dejando recuerdos. Soy el año pasado y el siguiente. El tiempo juega conmigo a la hora cero.
Fui de nuevo el ciclo, por no decir el círculo vicioso del universo. Se entiende que fui de rol al sol y en doce meses aquí estoy. Saludando. Ya adivinó. Soy el año completo, el año que se junta cuando termina, en un sencillo resumen. Gracias que estoy vivo. Daré un brinco y caeré encima de mis propios minutos.
Pasé volando como si trajese prisa y no traigo, el tiempo lo pasé entre la gente, en sus rostros, en sus cuerpos encorvados de hierro. Un año envejece a unos y rejuvenece a otros, empobrece o enriquece a una persona por los mismos motivos.
No hay diferencia. Les he visto por días perseguir lo inhallable.
Hubo días de lluvias y secos para empezar una noche. Hubo rutinas implantadas, disfrazadas de disciplinas. Hubo texturas como un crimen en medio de una soledad compartida. El año que soy respiró la primavera y a sus pies cayó el otoño. Reconozco el invierno frívolo de mi pelo, el silencio intelectual mientras no pienso en mi pueblo.
He vivido en los ojos de una mujer, en el oído calibrado de un piano, en un cuadro que tardó, en un libro, en los minutos que una larga espera contó de uno por uno.
Cada minuto tiene su historia si se las platico. En cada banqueta hubo una tragedia griega y un bailarín dio un salto único para cruzar de una acera a otra, de una palabra a otra. Escuché el ruido pisoteando el silencio que lucha desde el pavimento.
El tiempo juega con mis sentimientos en Ia hora de nadie. Muero y nazco con las mismas fanfarrias, con los mismos cohetones que estallan al mismo tiempo. Estoy en mi velorio y acudo a mi nacimiento. Ya adivinó: soy el año nuevo. No se ría, sólo estoy un poco más viejo.
Con lo que traje empiezo enero, por no decir, nada he podido traer. Hablo y me parece más que suficiente, no sé de años que hayan sido mudos o que hayan logrado ocultarse entre las multitudes, las multitudes también envejecen, desaparecen.
Los días son una puerta abierta a la calle, el segundero pasea por la casa y cada paso cuenta. Estoy pasando a la habitación como el año pasado que fui. Aquí todo me recuerda. Trato de volver y no puedo, no quiero, solo salgo y reparo los escombros del día que empiezo para iniciar otro año. En los primeros días, cuando el mundo me hubica, hay fiestas siempre con una sonrisa, pero al paso de los días me olvidan. Leen mi nombre en las computadoras y saben la fecha porque Dios es muy grande.
De pronto otra vez soy diciembre y sus posadas. Luego soy vacaciones, exámenes, servicio militar, año escolar, año electoral, año del caldo y unos quieren que me quede y otros que ya termine. Y todo eso ocurre o ya ocurrió mientras en el gran domo nublado llueve de sudores las calles escritas.
No sé si por el simple hecho de ser año nuevo deba peinarme por un lado o cortar mi cabello para ver mejor el calendario, a veces yo mismo me equivoco y amanezco domingo cuando en realidad soy lunes y eso conduce al error burocrático. El tiempo es una broma macabra que juega en lo oscurito como los políticos.
He agregado un tanto a mi existencia, soy el 2022 que rima, soy ahora un número par en la conciencia, no puedo saber el futuro pero voy en el aire y suelo quedarme en una esquina, rodar por una cuesta o dar una vuelta a la caratula antes de una cita con mi destino.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA