Si los milagros se vieran, tal vez veríamos un chispazo de luz como cuando dos cables con corriente hacen contacto, tal vez veríamos un pequeño estallido originando luz. Porque el milagro es amplio y corto, es lo que tiene uno de vida, es completamente la vida de uno.
Cuando uno nace se produce la chispa. Y esa chispa maravillosa es un estallido que va hacia el infinito y se achica de nuevo y desaparece y se vuelve a verter para producirse de nuevo y esa chispa es un instante, es un breve segundo el que vivimos. Es como la chispa de la Coca Cola. No se preocupe señora, la vida es un milagro. Somos como las estrellas.
Dicen que cuando uno muere hay otra vida y que en ese inter uno va recordando todo lo que ocurrió, en un segundo. Tal vez la vida sea solamente ese segundo. Tal vez la vida sea sólo un anhelo, sea una ilusión, tal vez vivimos en otra parte del sueño.
Tal vez ni siquiera hemos sido creados y andamos por ahí dándonos nuestro taco por la de Hidalgo, tal vez somos una nube espesa que nunca salió del cero Morelos en un 2 de noviembre próximo y ya le echamos el ojo a esa fecha.
A lo mejor ya nada más falta que se nos atraviese un carro, un tráiler; que por descuido se nos enrede un mecate en la garganta, un cable de luz como si fuésemos un poste. Y que alguien contrate al grupo primos de los Bravos del Norte para que vayan a tocar. Y les paguen por adela unos diez años a ver si aguantan.
Si no completa para las tortillas no se preocupe, aguante. Hay instrucciones para morir sin un kilo de tortillas, sin haber comido frijoles, sin una taza de café en la mesa, sin los ojos de nadie mirando por la ventana. Sin cena, sin camisa, sin cama, sin horizonte, sin luna, sin haber peleado con nadie, sin haber dicho una mentira que valiera la pena ajena.
Entonces la muerte -por lo pronto la más cercana es la muerte material – nos pudre el cuerpo cuando deja de funcionar. Cuando dejamos de bailar, cuando dejamos de ir al baño, cuando dejamos de acudir a todas partes, cuando nos quedamos a lavar los platos, cuando nos quejamos la muerte nos acompaña. Cuando algo ya no funciona se detiene el movimiento y detiene el pensamiento. Pero no nos han enseñado a morir de otra manera y dicen que dejar de existir es dejar de pensar y no escuchar. Y no es cierto, si te dieran chance firmarías tu acta de defunción, escuchas todo lo que dicen. Y es la misma canción, la del vecino que te caía gordo pero ya no.
Nos enseñaron a morir en los hospitales, heridos por un rayo, nos enseñaron a morir de hambre, nos enseñaron a morir de viejos, nos enseñaron a morir de nada y no nos enseñaron a morir de veras. Y eso que estamos enfermos, que nos duele la cabeza, estamos cansados, que queremos morir porque vamos a llegar tarde al trabajo y no ha llegado nadie. Y quieres morir pues por ninguna parte encuentras mayonesa. Porque aparte ya es bien tarde y no has dormido nada. Y culpas al horario de verano.
Todavía hay quien de último momento llega corriendo a arrepentirse de sus pecados, para ver si funciona y funciona. Se salvan, tocan la base antes de que los ponchen y sientan la brisa de los santos óleos recorrer el pecho seco como si fuera el suelo, pero nadie ha acompañado al que lo dijo, nadie quisiera ir con él. Saber si se salvó.
Nos han enseñado que estar muerto es algo terrible. No necesariamente tendría por qué ser así. Pudiera darse el caso de que estar muerto sea muy parecido al hecho de estar vivo y quizás más bonito. Uno cómo sabe.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA