Como debe ser, muchas de las columnas de la última semana de diciembre de 2021 y estos primeros días de 2022 están llenas de buenos deseos, de un “sí se puede”, de ideas para mejorar el desempeño del país y de un llamado a la reconciliación. No encontré en ellas pretensión alguna de que al gobierno le vaya mal. Al contrario, percibí, por una parte, un ánimo propositivo y, por otra, una actitud de corresponsabilidad. Quise imbuirme de sus reflexiones positivas, pero, no más comenzar el lunes 3 de enero con la mañanera se me cayó el alma al suelo. No tendría por qué haber sido distinto. El cambio de calendario no conlleva una reflexión autocrítica o un cambio en los usos y costumbres. Mucho menos en la forma de comunicar y gobernar.
Dos de las características presentes desde el primer día de gobierno, la polarización inducida y la mentira intencionada y dolosa, volvieron a estar presentes. El Presidente habló de los medios que sirven a los poderosos y que falsean la información o exageran y no publican lo que no les conviene. Volvió a arremeter contra periodistas por las falsedades que publican (en esta ocasión D. Dresser, S. Aguayo, J. Sicilia, J. López-Dóriga) y, a pregunta sobre el balance de las conferencias mañaneras, nos dijo que son buenas porque ayudan a contrarrestar los rumores y las falsedades y porque ahora ya no se depende de los medios tradicionales que tenían el control de la información.
Gravísima afirmación por sus implicaciones. La verdad absoluta está en las palabras del Presidente que si son cuestionadas con datos duros —incluso los oficiales como los del Inegi o el Coneval, que tan buen servicio le han prestado a México— son desmentidas, contradichas o ignoradas. Hoy lo que ocurre y seguirá ocurriendo es que la única información que vale es la del “Ministerio de la Verdad” (1984 de George Orwell), que hoy tiene su sede en Palacio Nacional. La información producida fuera de la Presidencia es calificada o de falsa o exagerada, en el mejor de los casos, o de pretender descarrilar al gobierno. Dice el Presidente que la simulación, hipocresía y pretendida independencia de los medios en la época del neoliberalismo, se acabó.
Lo que no nos dice —si eso fuera cierto— es que fue sustituida por la simulación, hipocresía y pretendida independencia de las mañaneras. Si la forma de comunicar va a persistir, lo mismo ocurre con la forma de gobernar porque hoy se gobierna a través del discurso sin importar la veracidad de su contenido.
Con todo, yo tengo un deseo y una esperanza para 2022. Que López Obrador haga suyas las palabras de John F. Kennedy hace seis décadas: “No estoy pidiendo a sus periódicos que apoyen a la administración. Les pido ayuda para la difícil tarea de informar y alertar al pueblo. No quiero ahogar la controversia entre sus lectores. Pretendemos asumir la responsabilidad de nuestros errores y contamos con ustedes para apuntarlos si no los vemos. Sin debate, sin críticas, ninguna administración y ninguna país puede tener éxito. Y ninguna república puede sobrevivir”.
Mi esperanza no está tanto en el gobierno. Después de tres años, de un desempeño más que deficiente en desigualdad, crecimiento, corrupción, impunidad, salud, educación e inseguridad, de momentos de crisis que pudieron ser aprovechadas para dar un viraje, lo que nos ofrece el Presidente es más de lo mismo. Por eso pongo la esperanza en que los ciudadanos, desde nuestros distintos ámbitos —la academia, la cultura, el periodismo, el empresariado, sociedad civil, oposición— hagamos lo que nos toca: debatir, informar, vigilar, denunciar y proponer.
Jorge Suárez Vélez (Reforma, 30/XII/21), agudo y valiente editorialista, lo ha puesto en los mejores términos posibles:
“… no podemos quedarnos con los brazos cruzados observando la demolición de jóvenes instituciones que tanto nos costó forjar. Deseo que en el próximo año tengamos la lucidez para entender la gravedad de la amenaza que debemos contener … Ojalá encontremos las agallas para enfrentar al autoritarismo, a la ignorancia y al dogmatismo … Ojalá nos demos cuenta de que quienes tendrían los recursos para hacerle frente a la grotesca y bárbara amenaza se den cuenta de que los riesgos que enfrentan sólo crecerán en magnitud y arbitrariedad si logran el objetivo deseado: el silencio, la aquiescencia, la sumisión. No culpemos a un gobierno ignorante e inepto … sino a quienes no nos atrevemos a detenerlo”.
POR MARÍA AMPARO CASAR