Se cumplen mañana 95 años de la primera reforma al artículo 83 constitucional, que rige la duración del encargo del Presidente de la República.
Aquella modificación, publicada el 22 de enero de 1927, a casi diez años de promulgada la Constitución de 1917, estableció la posibilidad de que quien ocupa el Ejecutivo pueda reelegirse para un periodo no inmediato. Así, el régimen surgido de la Revolución Mexicana renegó de una de sus principales banderas: el antirreeleccionismo. Y abrió la puerta para el retorno al poder del general Álvaro Obregón, quien ya había gobernado el país de 1920 a 1924.
Apenas un año después de aquella reforma, el 24 de enero de 1928, y sólo 159 días antes de las elecciones, se aprobó un segundo cambio al mismo texto para ampliar de cuatro a seis años el periodo presidencial, bajo el argumento, esgrimido en la exposición de motivos, de que la duración establecida en el texto original de la Constitución “permite que las agitaciones inherentes a las campañas electorales se repitan con una frecuencia perjudicial a los intereses de la sociedad, los cuales reclaman tranquilidad en el ambiente político, condiciones firmes y duraderas en el gobierno y aplicación de esfuerzos a fines útiles”.
De esa manera, los revolucionarios calcaron el proceder de Porfirio Díaz, pues ésta se había desdicho de su lucha contra la reelección –de hecho, se benefició de ella en seis ocasiones– y también había mandado ampliar el periodo presidencial de cuatro a seis años, mediante una reforma constitucional, promulgada en 1904, misma que le permitió prolongar su estancia en el poder hasta 1910.
Los miembros de aquella XXI Legislatura (1902-1904) se echaron en hombros la tarea de cumplir el deseo del dictador de no tener que acudir con tanta frecuencia a las urnas. Y la forma en que justificaron que el periodo presidencial debía durar seis años tiene mucho de cómico: sacaron un promedio –bastante arbitrario– de la estancia de los virreyes de la Nueva España y lo igualaron. La reforma se aprobó el 6 de mayo de 1904, y el 11 de junio siguiente Díaz era reelegido en unas elecciones tan poco creíbles que a las 10 y cuarto de la mañana repicaron las campanas de la Catedral como señal de su triunfo.
Las reformas al 83 constitucional de 1927 y 1928 tuvieron el mismo propósito: beneficiar a un solo hombre, es decir, Álvaro Obregón.
Se tiende a pensar que el primer sexenio de la historia de México fue el de Lázaro Cárdenas, quien, efectivamente gobernó el país durante seis años. Pero hay dos antecedentes: el último gobierno completo de Porfirio Díaz (1904-1910) y el periodo para el que fue elegido Obregón en 1928.
El sonorense no llegó a tomar posesión del Ejecutivo por segunda vez, porque fue asesinado. El sexenio 1928-1934 fue cubierto por tres presidentes: el interino Emilio Portes Gil, el constitucional (elegido en elección extraordinaria) Pascual Ortiz Rubio, y el sustituto Abelardo L. Rodríguez, quien asumió el poder después de la renuncia de Ortiz Rubio.
En abril de 1933, el artículo 83 fue reformado nuevamente para prohibir la reelección, como había estado durante la primera década de vida de la Constitución de 1917. No obstante, el periodo sexenal se quedó en la Carta Magna. Y, así, se han sumado 15 al hilo, entre 1928 y 2018.
El actual, el número 16, no es un sexenio, estrictamente hablando, pues tiene una duración prevista de 5 años y 10 meses, producto de la quinta y última reforma al 83 constitucional, en febrero de 2014, que acortó el tiempo de transición entre la elección presidencial y la toma de posesión. Ésta será, a partir de 2024, el 1 de octubre de cada seis años, acabando con la tradición de realizarla el 1 de diciembre, que se remonta a los tiempos de la Constitución de 1857.
Hay quien lo considera demasiado largo o demasiado corto, pero el sexenio –producto de la ambición de Porfirio Díaz y de Álvaro Obregón y calculado sobre la base de la estancia de los virreyes– ha sido la característica más constante de la historia política de México.
POR PASCAL BELTRÁN DEL RÍO