Al interior del lopezobradorismo pasan fatigas para llegar a las metas que el Presidente les ha planteado: van por los votos de AMLO en 2018.
Mientras fuerzas y voces ajenas a Morena formulan pros y contras de participar en la revocación de mandato del 10 de abril, al interior del lopezobradorismo pasan fatigas para llegar a las metas que el Presidente les ha planteado: van por los votos de AMLO en 2018.
Esto tiene algo, o mucho, de déjà vu. En agosto de 2017 José Ureña publicó en el diario 24 Horas que AMLO tenía una estrategia para asegurar la victoria en 2018. “Hace sus números –ojo, no los consulta–”, publicó entonces el columnista. “Simplemente razona y ordena”. ¿Les suena?
En aquella ocasión, según Ureña, el tabasqueño definió que para la presidencial el Estado de México y capital aportarían 7 millones de votos. Otro tanto en el sur/sureste, pero que le hacían falta 5 millones 600 mil para lograr el número deseado: 22 millones, cantidad que –siempre según el columnista de 24 Horas– le garantizaría el triunfo. Para tal fin iría por 120 distritos del norte del país. “Ha conseguido empresarios y políticos de todo signo para formar estructura, financiar su campaña y asegurar los millones de votos restantes”. Al final López Obrador en CDMX y Edomex ganó 400 mil votos más, y si agregamos Veracruz, el sur también le dio los números deseados.
Recupero ese antecedente para hacer notar que hoy la opinión pública debate mucho sobre las cuestiones éticas, jurídicas, políticas y económicas de la revocación, pero casi nada sobre la enorme y cara logística que supondrá para Morena: para gobierno y partido.
Estamos en medio de una movilización de Estado. Quizá no lo vemos porque justo nos situamos en estos días en el ojo del huracán, esa engañosa calma chicha.
La realidad es que gobierno federal, gobiernos estatales, legisladores guindas y el partido oficial están afinando la mayor operación de tipo electoral en años, una que igual y supera a la de 2021.
Si los comicios intermedios suponen una evaluación del gobierno, aquí se trata de algo aún más importante para el oficialismo: es un examen binario con respecto a la figura única e indiscutible del movimiento. Desde la óptica de sus seguidores, hay más en juego que cuando en 2021 se disputaron la mitad de las gubernaturas y la Cámara de Diputados federal.
Porque a diferencia del año pasado, si se ganaba o perdía Nuevo León, por ejemplo, la candidata de Morena en ese estado tendría mucho que ver en el resultado. En cambio, de este domingo en ocho la boleta sólo tendrá un nombre: el del ya saben quién. Y si éste no convoca a decenas de millones de votantes, si suficientes no le refrendan, representará un duro descalabro que no se pueden permitir.
Si los de Morena lograron 11 millones de firmas para provocar la consulta, ahora querrán hacer votar al doble de esas. Así que si falsificaron una cuarta parte de esas firmas, como se calcula que pudo haber ocurrido, pues peor para esos movilizadores fraudulentos, porque para empezar ése es el piso que ellos mismos han de cumplir. Para lograrlo buscarán apoyos incluso de ‘impresentables’.
Quien en 1982, como dirigente estatal priista en Tabasco, creó mediante mil asambleas una estructura paralela a los mil 200 comités seccionales, quien como dirigente del PRD impulsó las ‘brigadas del sol’ para lograr una cuantiosa votación en 1997, quien desde 2008 organizó a millones de personas como ‘protagonistas del cambio verdadero’, no va a permitirse una humillación con menos votos que los que soñó en 2017 y aspira a los que logró en 2018. Será la madre de todas las movilizaciones.
Por Salvador Camarena