El café se toma solo, sin azúcar. Sin mucho café para que no empantane el sabor delicioso y delgado. Suave para que no socave las narices sino que el aroma vaya cantando al silencio que guarda el momento.
Sabemos que nos tomaremos un café y Dios guarde la hora. Entra en proceso un sentimiento previo a la cita con la taza o el vaso, con la cubeta, la holla o el traste por donde pase el agua antes de mezclarse.
El café en su largo periplo desde las selvas lluviosas hasta nuestros labios evoca la nostalgia del mundo, reinicia la charla amena y la voz descabellada del universo. Alguien entre nosotros sugirió un café e hizo resplandecer los rostros. Nos estábamos durmiendo. Sacó un termo del morral y fueron distribuyendo el liquido mortal entre las personas.
Café de un café claro u oscuro como los ojos. Café con leche piden algunos, lo esperan, lo dejan secar en los labios antes de un sorbo y luego dicen algo. El sabor es como la vida, un tanto amargo, pero es un combustible, un golpe terrible, es un espavílate insomnio.
No traes más que un café en la panza. Y te crees mucho porque corres bien recio con eso y aguantas mucho. Si nos falta el café, comienza una pequeña histeria colectiva entre los asistentes a una sala de espera. De pronto alguien ingresa con un vaso y café con leche. Es observado por todos sin que falte uno, y darían todo lo que tienen por ese vaso.
Hay historias que se dieron en torno a una taza de café. Historias que concluyeron detrás de un sorbo. Hay cafés que sirvieron para que dos personas se conocieran. El café no falla, es un éxito a donde se le lleve, es de caché y también del barrio.
Todo se puede ir pero queda el café de aquella vez. Queda la taza con el nombre propio o el de la ciudad donde hubo una vez un café. A un lado del cuento aquel estaba un café a medias aguas. Se estaba enfriando. Pobrecito.
Hay que mencionar a quienes no piden un café sino un té. Un té verde dicen, mientras respira el oxígeno contaminado con todos nosotros. Luego tomamos asiento. Mientras tomamos el café negro y sin luces. Qué bueno. El café evoca el ensueño del recuerdo, la melancolía y la ilusión invicta del futuro.
Una húngara leerá el asiento del café. Sabrá nuestra historia a esta hora de la noche. No hay una autoridad que regule esa magia para desvelarnos. Si nos vamos a desvelar, sino comoquiera compramos café que no falte. Lo calentamos con un alambre. Nadie trajo vaso. Así como sea ingue a su maikol. Dijo otro.
Alrededor de un café pasan las vidas. Llevan sus cuerpos no muy lejos. Alrededor de una taza de café hay más café, y un hombre y una mujer nos grita que ya digamos que se quieren dar un beso. De fondo, un cantante de moda imita a uno de sus imitadores y ella, la de la taza, puede vernos ahora.
Entonces escribimos que ellos dos quieren darse un beso ahora que la música comienza y afuera el cuadro se completa con una ligera lluvia que ella mira. Él, confirma con la vista el sitio exacto donde se ubican los labios de ella antes de cerrar los ojos.
El café negro pudo ver la escena en el instante en que ambos cuerpos se volvieron uno, cualquiera podría jurar que eran un solo cuerpo pero nadie lo dijo porque pensaron que no había necesidad de decirlo.
Afuera seguía lloviendo en lo que iban y venían sin contemplaciones sendas tazas de café. Vi mi café sobre la mesa. Ahí estaba ya listo para desaparecer de la taza y pertenecer a mi cuerpo.
Hay gente que bebe más café que agua, me lo han dicho. Hay vatos que hace más de un año no se echan un buche de agua, pura caguama. Habrá los que beben únicamente agua purificada y qué bueno. Se bebe lo que se puede, hay agua de Jamaica y de orchata, de mango.
Traigame un café por favor, sin pan, así, para poderlo respirar. Yo pongo el estilo, la pequeña sed, la necesidad del caos y la calma después de la lluvia.
HASTA PRONTO.
Por Rigoberto Hernández Guevara