Los locos nos miran y nunca sabemos si piensan- como nosotros de ellos – que nosotros somos los locos y ellos los cuerdos. Al menos que lo sospechen.
Quizás estoy frente al espejo y uno de ellos escribe esto. Tampoco lo confirmo.
Cada cual podríamos fácilmente estar locos sin darnos cuenta, fingir estar cuerdos y filtrarnos entre los buenos y sanos. Eso somos. Locos creyéndonos mucho.
Sin embargo para estar locos es necesario que nos comiencen a decir locos. A este creo que ya se le van las cabras al monte. Y comiencen a mirarnos con extrañeza. Hay especialistas en burlarse de quienes deambulan por las calles sin rumbo. La gente temen que se violenten. Los persiguen hasta que dejan de ser un peligro. Están lejos del barrio.
No me extrañaría estar loco y de momento he logrado convencer a propios y extraños de lo contrario. Me sé el alfabeto, hablo en cristiano y camino sin saber a dónde voy, a dónde diablos vamos, como todos. Una garantía de que estoy cuerdo ciertamente no la tengo.
Un loco de veras no es diagnosticado por los psiquiatras sin riesgo de equivocarse de oficio. Sentados uno frente al otro suelen confundirse. Ambos no sabrían cómo responder la primera pregunta si otro la hace. Dirían lo mismo. Negarían estar locos y nadie sabría por qué.
¿Y por qué no? Si no molestamos a nadie podremos mientras tanto continuar la farsa y dejar eso de estar loco para cuando estamos solos y nadie nos mira. Hay locos que terminan una carrera o son bien emprendedores y se vuelven señores y señoras bastante honorables. Y nadie se da cuenta.
Hay que confiar en los locos como confiamos en nosotros. Uno nunca sabe de cuál lado de la historia se esté y todo es válido con tal de sobrevivir. Total, cada loco traemos nuestro tema. Cada cual narra a conveniencia y urde una pequeña mentira. Cada loco es distinto a otro y no hay diferencia.
Al cierre de la puerta el cuerdo se quita la máscara. Puede hacer lo propio con las patas, sacar un hielo y quemarlo, rociar polvo envenenado a la sopa, torcer el camino y dar vuelta con el camión en Ia esquina. Desde ahí no ha visto nada. La cama tiene un resorte que salta y todo da vueltas. Nadie le ha preguntado quién es o por qué salta como un simio. Es un Einstein, Tesla, Newton, etcétera poniendo un foco.
A nadie se le ocurre lo que a otros. Si no convencemos a nadie nosotros seremos los locos, hay que estar conscientes de eso, dicen los conferenciantes. Cuando concluye el discurso los locos ya son todo lo contrario a lo que fueron. Si gusta, pregunte.
Hemos cruzado con hombres más locos o menos que nosotros. Ahí solo hay seres distintos que buscan un pan en un bote de doscientos litros, buscan un huerto, un solar baldío donde poner la almohada de la misma noche. La noche de todos.
Por las calles nos abordan los locos. Nos abordamos con una pregunta tonta, o “muy inteligente”, dijo la otra persona. Llevamos unos pesos en Ia bolsa que nos dan la seguridad de comprar un pedazo hecho por otro, vamos a una diligencia y subimos a los tejados de la controversia hasta que llega el juez y todo termina.
En eso consiste. Podemos seguir la corriente o llevar la contraria, reír o callar a propósito, ser éste y lo otro, ser todo, saber mucho y de todas maneras estar locos. Fingir todo el tiempo hasta que fuera de ahí ya en la calle nos vamos riendo solos. Pero eso no lo entendería el psicólogo.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara