Soy el protagonista, al que no le queda de otra más que aceptar lo que de él se escriba.
Ha de haber un pegamento invisible que me une a la hoja , porque las veces que me he querido salir de la página vuelvo como con un imán a los hechos de la tinta, a los píxeles arrojados al espacio por quien escribe.
Si tan sólo existiera, si pudiera salir a la calle, pero con esta ropa no puedo. Necesito ir a cambiarme y no es cambiar una palabra por otra. El autor en su libre albedrío toma mis palabras y hace que ocurran las cosas horrendas.
Comoquiera aquí estoy. Soy el personaje de esta novela. No me puedo mover hasta que quien me inventó me invite un trago de tequila, por menos no trabajo.
Esperaré aquí donde me dejó, viendo para todos lados como los miro a ustedes y esperan que les diga que me han puesto una camisa, un pantalón apretado, unos zapatos nuevos que no me gustan.
De tantos nombres que he llevado ya no sé cómo me llamo. No tengo nombre. Es lo mismo. Lo único que cambia el que escribe es la ropa. Hubiera querido ser un políglota, un sabio o una persona completamente loca. Alguien que valiera la pena, de esos que trabajan en las novelas de terror.
El escenario es un sitio oscuro como casi siempre en los relatos. Estoy aquí sentado al borde de la cama como del precipicio, imaginando lo que hay del otro lado de la ventana, antes de que pongan en mis labios una palabra. Como siempre, creo que tengo hambre.
Como personaje de novela tengo la capacidad de imaginar cosas que no existen. Pero entre el equilibrio y la coherencia me ha dado por la sobrevivencia. No digo que una que otra vez doy un salto espectacular en el tiempo o me desplazo de manera vertical y estoy en dos lugares a la vez, en la página 45 y en la 367 digo lo mismo. El escritor es novato y puedo comportarme como un psicópata.
Durante un cuento o una utopía, es una oxidación de la realidad ver que quién me suscribe llega ebrio y teclea la máquina con su dislexia, sin piedad al poner una letra por otra y olvidarla, ver que va a dejarme sin palabras.
Eso tiene el sentido de la no existencia del protagonista , de sólo estar escrito. Dependiendo del escriba. En cualquier momento puedo ser borrado, o al contrario hacer estallar una frase como si uno realmente existiese .
El que me escribe me apunta con el lápiz, se me queda mirando pensativo, muerde el lápiz, no sé para qué fregados, pues escribe en una compu. Pero está atrás de las paredes y a veces no puede verme, como cuando voy al baño, plancho la ropa o lavo los trastes, cuando hago la cama y leo lo que escribe. Confirmo nuevamente que soy el que me escribe. Yo escribo lo que sigue.
Yo no tendría el valor civil de escribirle como él me escribe. Soy muy compasivo. Podría perdonarle una que otra idiotez, pues con el paso del tiempo he conocido y comprendido todos sus defectos, qué más puede pedir mi amigo si soy su único personaje.
Por eso, ahora que reflexiono, de esas veces que uno reflexiona ni modo, pienso pedirle al escritor de esta historia que me consiga ya una novia. Para que no ande yo en malos pensamientos. De ese modo como en el Arca cada uno con su pareja, como dice la bibliografía.
Me asusta un poco que al escritor le suceda algo grave e interrumpa esta novela, temo le pase algo porque temo que enseguida me pase lo mismo. Como usted bien sabe, dependemos de las mismas manos. Lo mejor será que aterrice y me calle la boca, que vuelva a mi realidad de protagonista.
Sigo en el filo del cuchillo, en la cuerda de la guitarra, al borde de la nada y del todo, viendo hacia adentro por la ventana, esperando que alguien escriba.
Esperando que al escritor que escribe no le pase nada, que no se quede dormido, antes de que yo en mi desesperación me vuelva loco y salga corriendo con las últimas letras.
HASTA PRONTO.
Por Rigoberto Hernández Guevara