TAMAULIPAS.- La lluvia no piensa, no sabe, y creo que tampoco le interesa como a nosotros saber lo que ignora. Pero el agua sabia conoce el día que se precipitará sobre la inofensiva ciudad, con sus millones de soldaditos de agua, con sus endebles paracaídas que se disuelven en los grandes lagos y en los más chiquitos charcos.
El viento hace un tirano de un simple aguacero. El viento se mete por las ventanas y el agua mete la mano. La casa es una palangana que flota en un país lejano. Desde todos los ángulos el agua invade los ojos. Espero que pronto escape, tengo que llegar a ninguna parte.
Me permito mojar mis letras donde no existo. Me he vuelto agua y avanzó entre los largos cristales de un arroyo por la orilla del pavimento. El agua a desencadenado una batalla a campo abierto entre las casas. Es un fenómeno ideológico, le pusimos lluvia y es un cubetazo de agua.
El espectáculo hace que la gente corra hasta estar a salvo de un posible diluvio. Me quedó el trauma histórico en un trago de agua que bebo del hueco de mi mano.
Los océanos son grandes resúmenes de la brisa nocturna. Ha llovido porque así lo pedimos. Mil veces lo hemos pedido y en la capital llueve sobre la lluvia. Llueve el oro cristalino que se dirige a nuestros labios sedientos.
La nube es la maestra y encabeza una sinfonía que suena en los techos de lámina. Buenas tardes, soy el agua que pasa. Mientras tanto nos sigue muy de cerca y comienza la canción. El viento avisa. El golpe avisa en las puertas, es una discusión entre el aire que las abre y el hombre que las cierra.
La lluvia cae y es como saber todo y haberlo dicho y se acaba el mundo del pasado. El agua sin embargo vuelve cualquier tarde y borra la otra, e invade otra vez los botes de agua.
El viento es el moderador de la lluvia en la intervención de los árboles. Desde su posición el árbol se apropia del viento como si lo quisiera mucho y luego lo arroja con violencia a veces innecesaria en una copa de vino, pero en la mayoría de la ocasiones es puntual y exacta. Entonces llueve. El agua va al mercado de los comunes.
Las gotas de agua copian a las lágrimas, gotas de agua igualita, a veces benditas y otras veces gritezcas. Aún tenemos tema bajo el agua, podemos bailar bajo la lluvia, bucear, seder la palabra, poner título a la trama.
Sobre el agua deberían llover nuestras lágrimas el jueves por ejemplo, sobre los pómulos y sobre la ventana de los rostros que lloran en esta ciudad. El rostro es un país ternurita y es una paradoja.
Con mucha razón llueve. Llueven razones de hecho sin ningún temor. Crea muchos poemas la lluvia cuando llueve de esa manera, como sin pecados consebida. La lluvia es la estampida de búfalos que corren sin saber en qué sitio se convertirán en lago de un parque. Corre el agua por hacer ejercicio por los bulevares.
Hablamos en la práctica de todos los sonidos del aire, copiamos a la lluvia en muchas cosas. Somos viejos militantes de la lluvia. Juntos hemos construimos casas y somos el albañil en chinga que le pagan el fin de semana.
A veces llueve sin querer, creo. Dios existe. Por ahí hay algo del ser humano en la lluvia. Y pudiese ser que la llovizna sepa más que los simples mortales que navegamos en la nave tuneada de nuestras fantasías. Es verdad que llueve, diga lo que diga. Diga quien lo diga. Es imposible hacer cuentas; debemos tanto a la lluvia así como la conocemos.
Luego se quita el chipi chipi, la ciudad se reinicia y brilla. Hay que tomar la foto donde se reflejan los edificios que resuelven su belleza en pequeños océanos. Vamos al mercado con la posibilidad de mojar los tenis que largamente y casi con crueldad cuidamos.
HASTA PRONTO