Todo lo que tengo es esta presunción de la realidad. En mi alcancía llevo el pasado lleno de pájaros. Todavía no invento a mi otro sin arrugas, con la otra cara de la realidad en las tardes que se acumulan.
Diré que no veo nada, si es el horizonte, por que es infinito y es el mismo. Todo lo que tengo es viento, manicomio exprés, invisible camino, aliento de humo y un cigarrillo.
La rápida sombra pasa al otro día. En la calle de la lluvia oigo mis pasos y tengo de niebla los ojos que la miran. La ciudad se deshace y desata las puertas. Es una profesión de sílabas quemadas, inmortales bulevares que dicen quienes por ahí han pasado.
El día es esta claridad afilada, espiga de un sol inflexible atrás del escarpado cielo de nubes. Intacto aún, el lienzo del pintor gira sobre sí mismo y se esconde. Esta es la luz de un parpadeo. Bailo y veo los nombres. La ciudad poco se entiende y poco se supo de ella ante la ausencia de grafittis.
En esta forma de latir todo está cerca y eso hace el muro diferente. Me miro en la mirada que se disipa viendo la casa de enfrente. Sin entender entiendo. He ahí un trozo de pan en la mesa que pasa desapercibido.
Soy un poco de tiempo a la hora de la salida, en el precipicio de las calles y a la hora de la hora. He sido el viejo timbre de la escuela y, como en círculos, he provocado bastantes remolinos.
Desde los helicópteros habrá niños jugando en su sala. El espacio rompe el tiempo y el viento lleva las palabras al péndulo para ser escuchadas y devueltas. Lo he visto en los bulevares y en las bibliotecas.
Esa es mi realidad la de un papel que gira y un reloj que se arrastra en su segundero. Aprendí por ello a vivir del aleteo de los pájaros. No les extrañe. Todo lo que tengo es la calle para hablar con las persianas y las formas de ser cuando hay calma.
Apenas salga de mis ojos caminaré por ahí como aquel hombre. Seré sencillo y tal vez, sólo vez, lleve las manos en el bolsillo del pantalón roto. ¿Qué caso tendría eso señores miembros del jurado calificador?
Desde esta página que se abre, pulsando un espacio pequeño, el mundo aplaude. En las ideas más escondidas del ego traje aplicaciones para llamar por su nombre a quienes beben café.
A oscuras reconozco los árboles de led y las manzanas amarillas y brillantes que iluminan los partidos de fútbol en las improvisadas canchas de una calle.
En otra estampa estoy muy sonriente. Hay etapas, cruces de vías, señoras saludando de mano. La realidad va creando visiones. Abajo de la tierna edad la luz blanca es la mano que escribe y que mira lo escrito.
He sido viento en la tienda con frío como el día. Puedo ser un objeto contundente, un círculo, un silencio estremecedor abajo de una escalera. De pronto un sueño quedó bajo los cartones en un parque, bajo un gorro negro para el frente frío, y la espalda por donde quede queda.
Debo ser ahora la otra cara. Estoy asomándome al fondo del pasillo todavía, he sido un instrumento de la percepción de lo invisible. Solo he sido dos ojos fijos. Diré que no veo nada. Nunca sabrán que como viento que soy he dispersado el agua.
Desde este nombre con el cual firmo, se desvanece la piedra que como yo, fantasma que ahora resuena, oye sus pasos y solo es real la niebla. Sin palabras, la ciudad en la niebla juega a las palabras en los días libres. Hablamos y como siempre ocurre, somos siglos los que hablamos bajo un cielo y un centelleo en el paso de una lagartija.
Por las escarpadas de mis brazos suben las hormigas, en un rincón de la sangre, con alfileres cuelgan las noticias. Acabamos de nacer y ya cumplimos mil años.
Y sin embargo eso es le que tengo, un espectral reflejo de espectáculos, un reflejo de aparadores en este mismo instante, atrás del inventario de cristales.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara