Con nuestras propias manos hicimos las casas. Abrimos ventanas por donde de inmediato comenzaron a salir palabras e invisibles marmotas de los martes. Y sin embargo es un día como cualquier otro.
Converso con mi silencio, con mi océano imprescindible por si ocupo un naufragio y, claro, ocupo una tabla no muy grande para salvarme, que huela a pólvora.
La gente aprovecha el sol como una cobija. En los patios hay ligeros recuerdos que tienden a extinguirse. Por fuera avanza la vieja sombra arrastrando su pequeña noche.
El día es una revista con diversas portadas. Adentro el drama teje publicaciones en Facebook, tramas, trampas y entuertos quijotescos y por tanto bastante indiscutibles. En este capítulo de vanguardia, la semilla cae en tierra donde una vez comenzó el mundo a ser mundo y no nave, nube, o territorios de humo.
Vamos a ver cómo se porta el día, cuál es el tema, qué maletas, cuál ropa por la calle y por qué existimos aquí en este preciso momento.
Parece invierno. Voy desnudo y tengo frío. Desde sus posiciones la gente me observa. Es inagotable la cantidad de personas que los ojos registran y por lo tanto los ojos que me miran, aquellos que no miro.
Con mi ración de tiempo arrebato un momento al ruido, me concentro en la ciudad que me habla y desciende de los automóviles. Empiezo a escuchar su voz, y los espejos de los aparadores también tienen voz humana. Voy bajo palabra.
Un conjunto de versos en prosa revisan mi respiración. Los traduzco al idioma en que los prófugos se queman. Estoy de pronto en un incendio y la ciudadanía me inspira, voy corriendo como siempre.
Fundido con el mundo soy un ensayo incierto, pero soy único. La paradoja de la cultura me hace distinto. La realidad de la sociedad aún no me descubre. Si me miran soy semejante a una línea, una intuición turística de quien desea ver, nada más, «a ver qué dice éste sujeto».
Firmo al calce este cuaderno. El simiento late en mi semblante sin edad. Los sentidos se abren en los agujeros de las llamas, en términos comunes canto en el barrio malandro, al igual que quien sonríe en el castillo de la pureza. Minutos antes de cualquier miércoles.
Manifiesto el delgado surrealismo de no dar continuidad al pensamiento. Lo siento, sólo mientras muevo un pie y luego el otro sin saber a donde conduzco. Ojalá haya una palabra bonita al otro lado de la ciudad.
Camino más por peregrino que por obligación moral, ocurre luego del discurso, luego del trastorno de escribir una carta muy crítica al enjambre de dioses desarmados hasta los dientes. Estoy cerca de unos hombre de blanco, traen mi camisa de fuerza.
El secreto está en las grietas y en los cuartos deshabitados. En las familias está lo que un día se dijo y lo que un día quisimos todos. Hemos encontrado en las palabras a las personas entre las ramas, y en ruta del vuelo de un pájaro, en la frente nos podría crecer un árbol.
Hay quienes se casan los martes y es el día de suerte. El martes en su día surte a la semana de un día inclusive, que no inicia ni concluye, ahí está con sus horas inefables. En su isla el martes es la figura y habrá quien lo recuerde, no hace falta que lo diga.
Por azar escojo las salida y no vuelvo a separar mis pasos que huyen de mi cuerpo. ¿Quién me empujó? Voy al miércoles y no vuelvo, estoy en la trampa de un nido, si vuelo ocupo el espacio completo, mi plumaje es de esos.
Leo los textos sagrados de los grafittis. Ilustro el lado derecho del cerebro con el lenguaje callejero. Llevo un tatuaje en el pecho con el nombre del que he sido por dentro, por fuera luzco más o menos segun la encuesta de los últimos espejos.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara