8 diciembre, 2025

8 diciembre, 2025

Por un turismo de paisaje

Desde las cejas del Cerro Bola, asoman sus voces Los Flamarique, y se cuelga la ciudad en una pantalla de lo inesperado en un boceto travieso de las nubes y los aleatorios cañones que respiran los pulmones de la ciudad

En el espejo transparente de la sierra donde se adivinan las luces de la mañana fundidas por los rayos del sol.

Desde las cejas del Cerro Bola, asoman sus voces Los Flamarique, y se cuelga la ciudad en una pantalla de lo inesperado en un boceto travieso de las nubes y los aleatorios cañones que respiran los pulmones de la ciudad.

Ha caído el baño de los arboles con los frutales, de mangos, ciruelas, anonas, guayabas, naranjas y tunas, airosos en las bocas de los niños y en los labios de las adolescentes que beben el jugo de colores que la tierra brinda.

Se ama a esta ciudad por sus guardianes de montañas que asombran a las tardes y la finura de sus cerros dibujados por la luna.

El Cerro Bola es un bosque de pequeñas aventuras donde la familia Flamarique ha levantado los pies de su corazón y el viento fresco de la madrugada y el paisaje de película de una ciudad que nace distinta todos los días.

Hoy, que Altas Cumbres, a unos pasos de Ciudad Victoria, se convierte en un mirador de vida y la elocuencia bucólica, pensemos en el turismo de paisaje, en museos de sitio para la mirada y el goce del cuerpo, relajamiento y avistamiento de nuevos sueños como sintieron nuestros ancestros, Pisones, Comecrudos, Janambres, Pames y Maratines.

Un recorrido visual encontramos la geografía estelar de este paisaje de lo verde, entre cactáceas.

El paisaje de los pájaros de colores, el canto del Chincho, la Primavera, la Calandria, y la volada de palomas en las nubes que juegan a ojos tempraneros.

Por el Camino Rojo, los andarines y ciclistas ascienden y descienden del sueño, la tierra roja se endurece y se empolva al vaivén de los chaparros y las crestas airosas de las cactáceas y los florines de los árboles por todos los linderos en las cejas pobladas de nubes y cantaros de agua que espejean a la montaña.

Cruceros de pájaros, urracas parlachinas, de aguilillas y gavilanes, bramidos de pumas y aullidos de coyotes en la paz al atardecer cuando las candilejas se hacen aretes y la luna asoma en la pestaña alta de la Sierra Madre tamaulipeca, hay vivos colores y piedras dormidas, contrastes escultóricos de miles de años ahora en nuestras manos y en los ojos.

Es la sierra empalmada a pasos de dinosaurios, caracoles incrustados, pedernales, aerolitos, entre pumas norteños, cinchos y cotorras, algarabía de la tarde noche que parpadea.

Montaña azul, el paisaje de mar al nivel de la mirada, un mar azul que cae del cielo, geografía de los contrastes, de la humedad y la frescura.

Es un turismo elástico, de muchas entradas y salidas desde el viejo camino a Tula, la antigua Carretera Nacional a México, entronque desde las alturas con la Carretera Rumbo Nuevo, el Ejido Joya Verde, y el Huisachal con la historia del Obispo Camacho, y la vieja hacienda en ruinas que desnuda, muestra su orgullo campirano. Vivimos el paisaje no descubierto para nuestra salud.

Los inversionistas de Tamaulipas han dado palos de ciego sobre esta cadena maravillosa que comienza desde la salida de la Carretera Rumbo Nuevo hasta la muralla rocosa y esplendida de cañones esculpidos por el sol y la lluvia en el emplumado corredor verde de cactáceas y la flora enamorada de las anacahuitas.

Es tiempo de arrimarnos al pasaje por la alegría y color, en el agua de Jaumave, en las Gorditas de Don Pedro, los ungüentos maravillosos de Don Casimiro en San Juanito.

Llegar puntual a Tula, Pueblo Mágico, acercarse a Palmillas y llegar a Bustamante n los caminos de plata.

Miquihuana a la vista, los solares trazados por la mirada de los tiempos. Nuestro Maestro, Pedro Sans Sainz, querido e inolvidable, refugiado español, se preguntaba; “Donde están los pintores del paisaje, en esta tierra de maravillas”.

Era verdad, el paisaje que duerme en la montaña abierto y con la cara al sol, al parpado de las nubes y la neblina que guarda los secretos del amor en los días de lluvia.

“Es un descubrimiento por descubrir”, valga la redundancia.

El paisaje es un valor olvidado en la entraña de nuestras montañas, desde San Carlos a Burgos, de Crucillas a San Nicolás, de Palmillas a Bustamante, Tula y Miquihuana, Llera, Ocampo, González y su Cenote, el fabuloso Cielo de Gómez Farías.

El paisaje es gruta de agua de montaña, de piedra a piedra en San Nicolás, mezcal de San Carlos y las pestañas frutales de Ciudad Victoria. Paisaje inédito y cercano.

Veta de oro no escarbada, vestigios de nuestros ancestros y la vitalidad del alma espejo de frente, la extraordinaria Sierra Madre. Buen tiempo para las aguas que descubren este paisaje, como sitio turístico del Centro de Tamaulipas.

Mirar el futuro con los ojos del presente. La tierra es rica por sus costumbres, la salud, el respiro del alma y el corazón en su culinaria, hay que mirar el presente con ojos de futuro.

Toda esta área requiere de una caseta de vigilancia permanente, señalética adecuada, un circuito escultórico.

Seguridad para disfrutar las emociones de la Tierra Roja en los barandales de la Sierra Madre.

Un futuro presente para todos, el disfrute de la gastronomía rural, y los esplendidos helados de Tula y las Gorditas de Don Pedro a puro chile piquin en Jaumave, el maguey dulce y el delicado dibujo de las piedras de San Nicolás.

Es tiempo de nosotros, los de ahora que abrimos los ojos a la vida y al recreo de una mirada por la tierra fértil y generosa.

POR ALEJANDRO ROSALES LUGO

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