Es la tarde del silencio. Se oye la bruma de los coches pasar sigilosos. Ya casi oscurece y veo que han encendido algunas luces.
Mi voz se apaga en el destello de los carros. Alguien canta una canción desconocida. Apago la noche en mis ojos, en las manos de tus huellas, en los tuyos de luna. Miro tus manos, cómo vuelan, parecen palomas que van y vuelven.
En las paredes del camino, en los ladrillos sombreados por la noche, hay fantasmas de postes viejísimos, rumores de otros tiempos. A oscuras, en donde camino con mi paso largo, durante este largo viaje que emprendí contigo.
Vienes… y mis ángeles invisibles te detienen. En tus brazos se funde y se desvanece la tarde. Amo esta soledad entre la multitud en que apareces, pero vienes a mi y sin embargo, cuando mis pestañas se cierran sin verte, una huella cede su paso a la voz que permanece.
Tus cejas, inmensos arcoris en el vuelo de una paloma, tu amor es en mi corazón el impulso de la sangre, la emoción de la tarde. Una canción hecha de música como una cigarra nocturna.
Traje la sed colgando de la lumbre, para no secar el agua de la fuente. En mi contigo, en el cuerpo, he rebasado la idea de mis discursos. Hecha con mis dos manos, en la canción de una tarde, en la escalera que sube a una nube, tu existencia hizo mi sueño cierto entre los dioses.
Me volveré un mundo en tus brazos. En tus hemisferios seré el mar de tus manos, el enjuague de tus cabellos. En lo que estés a punto de vivir seré antes del sueño.
Ignoro hasta dónde hiciste mi pueblo, tú eres la calle que me lleva, voy por mis laderas, camino descalzo tus escaleras, trepo, te encuentro en el santuario, en mis piedras, en mis poemas.
Sigues aquí pegada a mis paredes. Te asomas y hueles, husmeas, dibujas con tus dedos en espejos las aldeas de mi cuerpo.
Y sonreir en la bruma, sobre la luz de tu foto, en el silencio que se lleva las palabras y a la orquesta en su mejor momento, en tres cuartos de tiempo, en un vagón de mi alma, es romper el corazón, es morir contigo un poco.
En algún lado de las palabras, en la noche que la gente lleva, brotas en las luces de neón, en el relampagueo de la ciudad, en la otra noche, en esta misma noche, con tu nombre aún en el viento.
No sé si ya estemos locos para ver de lejos adentro de un cuarto, el rincón de un libro en tus labios, la propia caricia de una mano en otra. Como un mundo te quiero, al otro lado, más allá del mar y de la fragilidad, con la voz en que se escriben nuestros nombres he dicho te quiero.
Aquí está el bote de agua. Los nervios, las manos. Los abrazos del árbol, el viento atrabancado en la puerta. La respuesta llega antes que la pregunta como un pez comido por otro pez, en el leve riachuelo en que te quiero.
Llevo tus versos como una multitud a rastras, en mis cabellos llevo tu perfume de silencioso misterio, tu incienso, tu mirra en la piel, en mis te amo con el alma. Mi memoria es una lámpara, una esquina, una cantina en el centro de la vida.
Todos los días escribes un poema, y yo soy tu página, tu cosecha en el teclado, la absolución de mis dedos, ráfaga de sílabas, viento de risas que inventaron enero.
Adentro de mi tiempo habita tu tiempo, como una profecía, lo que podría ser, realmente es, todo el tiempo junto, como el mundo que siendo muchos es uno.
Tu alma es una canción mojada, el agua de tu garganta es follaje de lluvia. Tú cantas y hay esperanza. La calle todavía lleva sueños y el olor del café es del café dulce de tus labios… lo sé.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara