Eres la ciudad del poeta que una mañana soñó con sorprender al mundo. Cuaderno de poesía. Con el poder no escrito escribo sobre tu pavimento. Escribo lo ya escrito por el ruido de los carros, pero los árboles se llenaron de aves y en el aire se estacionaron los vehículos. Es febrero.
Tienes el poder de quedarte en los puentes por donde en este rato no pasa nadie. Paisaje verde sobre el río San Marcos, ligera lluvia, fresca y transparente.
Te esperaré bajo el agua de un aguacero adentro de casa. Ayúdame a dar vueltas al mundo, ve calle por calle, llama a las puertas hasta que te abran donde el espacio esté claro, desde un paso entero.
La tarde muestra su abundancia de tapices en la ciudad. La montaña, última escollera de las parvadas de aves, parece resistir. Entregada a la penumbra leve, la tarde escapa por los poros de las palabras a un puerto del tierra.
Ciudad, eres ahora de los aires. Han llegado de lugares cercanos a los árboles de las plazas. Prueban el silencio, con su trino muy temprano, apenas amaneciendo en las calles de Victoria.
Tengo en mis manos, tus manos de madera de pino, los colores en el viejo tapete que oscurece en la maqueta antigua de la noche. Eres la dueña de lo que toco, desde mis ojos que ves, si no los ves no existen en los aparadores.
Despierto y estoy dormido, trato de buscar mi cuerpo y no está lejos, pero no te veo, no te muevo. Brinco al espejo, al foco y al fondo del ese carro, te veo en las calles deshabitadas de la noche.
Estoy más allá de donde estás, me estoy volviendo el coco que dicen. En el texto bajo techo desesperadamente te miro y revivo el sueño que he tenido.
Desde mis alas, en las escaleras, en las escamas de la piel, en el cilicio de mi esporas, como gotas de agua, célula, mensaje cifrado en la delgada luz de una lámpara.
Comienzo a decir de memoria tu nombre en las calles donde vives, las miradas encienden una cama dispersa donde se puede ver el alma. Eres la luz de un ángel. Trás de ti debió venir corriendo el tiempo. Miras el aire, cómo te abraza y arrastra tu pelo desde el corazón tranquilo donde una pareja de novios sube un te amo.
Ciudad, alumbra, no nos dejes caer en la tentación de las alamedas. En tus mejillas preparo mis manos para la guerra de agua. No estoy desarmado, pero estoy expuesto a lo que digas. Eres una tarde en mi cuerpo atado a un cuarto. Vivo en el alma y en los zapatos donde se sueña. Ciudad que busco en el espacio entre una palabra y otra.
En el encuentro repentino, en el nombre de mi sed ancestral, en los corales de tu boca bonita, como la poesía, un ave canta y su canto no se borra nunca.
Las letras cuando hay poema se juntan y hacen el amor con palabras bonitas. Tomo tu tiempo, es este pedazo de suelo, un minuto eterno eres en la palma de mi mano, el grano de maíz entregado a febrero, la risa esparecida en las flores amarillas.
Solos en esta página, bastante lluvia somos porque duras para siempre en mi epidermis, en esta tierra de osos, joyas de cantera, jardín de lunas que tienen estrellas cuando los miran.
Tengo en los labios del peaje, el papelito donde escribes las ráfagas de los aguaceros. Con las calles a solas el sol se ha metido sin permiso a la sombra. Sin embargo la fe es una fuente de sabores, una estación del cielo. La calma es la tarde como la esperanza en una ola gigantesca de aves.
En la red pegada de hojas comienzo a reconocer el aroma del vapor que envuelve tu vestido. En el cristal de tu risa por la calle principal hechas mi reflejo, sueltas mi camisa en el agua. La vida es un café en tu boca, es una joya roja, una hoya express, después los labios son palabras sembradas.
En tus manos enciendes la miel por la mañana. Con atrevidas flores das nombre a las calles. Soy una sombra sobre la pared pero en la barda están mis letras, mis bombas y mi firma. Cosa de trazar el dibujo de las primeras sílabas.
Con botes de agua eres la letra de una tarde desplegada en una sinfonía de febrero. Mi obra de arte, sabré corresponder a la curvatura de tus dedos. Para ti es este discurso, mi voz de loco a esta hora que sabe ver en la espuma el tiempo de tu música.
HASTA PRONTO.
Por Rigoberto Hernández Guevara