El 22 de septiembre de 2022 fueron destruidos los gasoductos submarinos Nord Stream 1 y 2 en una operación de sabotaje que alteró de manera irreversible la geopolítica europea y mundial.
Cada uno de los dos Nord Stream ahora inútiles se extienden por más de mil 200 kilómetros y conectan directamente a Rusia con Alemania a través del mar. De ese modo substituían conductos que atravesaban otros países.
Se evitaba en particular atravesar Ucrania, con la que habían ocurrido incidentes y negociaciones que por momentos amenazaron el flujo del gas. Nord Stream 1 fue inaugurado a fin del 2011 por los jefes de estado de Alemania, Rusia Francia y los Países Bajos.
Nord Stream 2, totalmente acabado, nunca llegó a entrar en operación debido al conflicto en ciernes en suelo ucraniano.
Los Nord Stream fueron de las obras de ingeniería más destacadas de la historia por su dificultad técnica, el costo de ambos que sumó más de 25 mil millones de dólares y su impacto en las economías de Europa.
La compra de gas barato fue fundamental para la competitividad internacional de las exportaciones industriales de Alemania, para el bienestar de su población y su reventa beneficiaba tanto a Alemania como a países vecinos. Un acuerdo comercial muy provechoso para todas las partes que acabó cuando el conflicto en Ucrania hizo que Europa impusiera sanciones que restringieron su compra de energéticos para negarle recursos a Rusia. La destrucción de los Nord Stream hizo imposible revertir la decisión de no comprarle gas a Rusia.
Cada Nord Stream constaba de dos gasoductos paralelos y de los que el sabotaje convirtió a tres de ellos en chatarra.
Se trataba de tuberías de acero de 4 centímetros de espesor recubiertos de 10 centímetros de cementos capaces de resistir fuertes presiones. Destruirlos requirió de explosivos de muy alto poder firmemente adosados a las tuberías al nivel del suelo marino. Una operación solo posible con grandes capacidades tecnológicas que muy pocos países poseen.
Para contrarrestar la presión submarina las tuberías estaban cargadas con 300 mil toneladas de gas metano que fueron liberadas a la atmosfera en el mayor evento de contaminación de la historia. Lo peor ha sido que ahora la población de Europa paga precios que multiplican varias veces sus cuentas de calefacción y cocina a cambio de energía mucho más contaminante, sea carbón o gas shale.
La pérdida de competitividad afectará sobre todo a Alemania y ya hay empresas que se trasladan a Estados Unidos. Se forzó una enorme transformación geopolítica que hace más lejanas, caras y contaminantes las fuentes de energía y de otros insumos; así como aleja mercados. La globalización se reconvierte en fragmentos regionales encareciendo producción, transporte y comercio y desatando el monstruo de la inflación a nivel planetario.
Y a ese nivel lo combaten los bancos centrales elevando las tasas de interés que pagan los gobiernos, los endeudados, particulares y empresas, y desalentando la inversión productiva. En contraparte es tiempo de mayores ganancias para los grandes capitales financieros prestamistas. Guerra, sanciones, tasas de interés, carestía, contaminación e inequidad aumentadas con el sabotaje que al mismo tiempo impide negociar la paz y regresar a la situación anterior.
El sabotaje se convirtió en un misterio de guerra generando diversas especulaciones sobre quién y cómo pudo hacerse el ataque. Los posibles “cómos” incluían explosivos soltados desde un barco, el ataque con torpedos de un submarino, expertos en buceo descendiendo a la profundidad para fijar explosivos y demás teorías. Diversas fuentes acusaron a Rusia; lo que pronto fue desechado por los analistas serios debido al absurdo de que atacara una infraestructura propia y bajo su control. Rusia acusó a occidente en general.
Las autoridades suecas investigaron el asunto y concluyeron que solo un gobierno nacional tendría la capacidad tecnológica e instrumental para llevar a cabo el ataque. Sin embargo se negaron a revelar los resultados de su investigación alegando que eso pondría en riesgo su seguridad nacional. Dinamarca no aceptó formar parte de una investigación internacional y Alemania únicamente señaló que nada indicaba que hubiera sido Rusia.
El misterio permaneció inamovible durante meses. Hasta ahora. Hace un par de días el periodista de investigación Seymour Hersh publicó un artículo con una explicación cronológica y técnica detallada de cómo supuestamente la administración del presidente Biden llevó a cabo el sabotaje empleando un grupo de la marina y con el apoyo de Noruega. Seymour Hersh no es cualquier persona; es un famoso periodista de investigación, ganador de numerosos premios, entre ellos el prestigioso Pulitzer para reportajes internacionales, y por reportajes nacionales, por investigaciones, por valentía y perseverancia al revelar la verdad, premios a sus 11 libros publicados.
En el pasado Hersh denunció crímenes de guerra en Vietnam, los planes para atacar Irak, las torturas en la prisión de Abu Ghraib, el papel de los Estados Unidos en el golpe de estado en Chile, las mentiras en torno al asesinato de Osama Bin Laden y múltiples otros reportajes de investigación críticos y controvertidos.
El problema que ahora enfrentan el gobierno norteamericano y sus aliados es que esta no es una pequeña espina en el zapato; una y otra vez los hechos terminaron demostrando que Seymour Hersh había dicho la verdad. El gobierno norteamericano ha rechazado el reportaje y dice que es completa y profundamente falso.
¿A quién creerle?