Desde mi inicio –en 1986- en los medios de comunicación nunca me había tomado correctamente un periodo vacacional, incluso hubo años en los que trabajé sin descanso por mi mal sentido de hacerme valer o mejor dicho estaba enfermo de ‘workaholic’; hasta que después de un fuerte verano norteño de México en 2018, me armé de valor para desarmar mi aparato de telefonía celular, para ese entonces un flamante BlackBerry, al que le quité la batería para desconectarme en su totalidad una vez que empezó el proceso de abordaje del avión en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México con destino a Bogotá, Colombia.
Ya una vez estando en el hermoso barrio de La Candelaria, en el corazón de Bogotá, nos reunimos un servidor, Jhovanni Raga, Ricardo Garza Lau, Ankar Lucía Brito, y Natalia Laube, puros periodistas becarios de Gabriel García Márquez.
Así empezó la extraordinaria aventura de colegas mexicanos, más una colombiana, junto a una argentina de sangre alemana, todo para ir a la residencia del Gabo, así como a la sede de su importante Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano.
Cuando por fin arribamos al penthouse que nos reservaron en la costera de Cartagena de Indias, apenas si dejamos las maletas sobre la cama, a todos les cambió el rostro, palideciendo particularmente Jhovanni, las miradas de ellos se clavaron hacia mí, exclamando con desesperación “¡Prende tu celular!” Todavía en mi postura de desenfado, Jhio me sacudió del brazo, diciéndome “¡Explotó un coche bomba en el Expreso!” De pronto, en mi agobio “las mariposas amarillas que vuelan liberadas” convirtieron los microsegundos en un tiempo tan largo como una “epopeya del pueblo olvidado”, por mis primeras vacaciones reales en toda mi vida, sudaba por las manos, incrementándose el ritmo de mi corazón al grado de sentir que me daría un espasmo hasta que entró la llamada telefónica con una voz que transmitía serenidad ante la calamidad del coche bomba que estalló en el periódico Expreso de Ciudad Victoria, Tamaulipas.
Era un vehículo cargado con explosivos, detonado afuera de la oficina del grupo periodístico más importante del territorio tamaulipeco, causando daños significativos en el edificio, vehículos cercanos, pero sin víctimas fatales afortunadamente.
Era el viernes, 24 de agosto de 2018. Esa voz que me transmitió serenidad en esa tarde calurosa del caribe colombiano, era la de Don Pedro Alfonso García, propietario del Grupo Expreso que en ese entonces tenía versiones locales de periódicos impresos en Matamoros, Ciudad Victoria, Mante, Tampico, además que estaba en proyecto otra ciudad más.
Don Pedro ha sido una figura importante en el periodismo de la región durante muchos años, también se ha enfrentado a amenazas y ataques por parte de grupos delictivos en varias ocasiones, incluso él mismo junto a su familia en 2012 sufrieron un atentado en su domicilio que dejó a uno de sus hijos heridos.
El talante de Don Pedro para tomar decisiones, sobre todo las que caracterizan desafortunadamente al periodismo mexicano, en la que la decisión tiene que lidiar entre la vida o la muerte, no es el mayor atributo que le he aprendido a este baluarte de la prensa mexicana.
Supe de su existencia en 2001, cuando en una ocasión Don Manuel Montiel Govea –quien estuviera en Comunicación Social de la Presidencia de la República, así como en varias ocasiones en el Gobierno del Estado de Tamaulipas- me recomendó “Mire licenciado, usted debe conocer a Pedro Alfonso y aprenderle, es el periodista más evolucionado que tiene el estado”.
Esa referencia fue la que me llevó a aprenderle de cómo debe evolucionar un profesional de la comunicación a la visión empresarial. La trayectoria de Pedro Alfonso García refleja los desafíos y peligros que enfrentan los periodistas, al igual que los medios de comunicación en México, especialmente en las regiones afectadas por la violencia, generada por la delincuencia organizada.
A pesar de estos desafíos, el periodismo independiente, valiente, e intrépido sigue siendo esencial para informar a la sociedad para exigir rendición de cuentas a las autoridades, así como a los actores poderosos sea cual sea su naturaleza.
Siempre recordaré una anécdota que me platicó Don Pedro, sobre sus años mozos en una redacción lúgubre del periódico El Diario de Nuevo Laredo, tiempo en el que competía fuertemente contra El Mañana de esa ciudad fronteriza.
Cuando me compartió esas añoranzas, estábamos parados en un nuevo medio de comunicación que iba a fundar en la capital tamaulipeca, que lucía tan blanco como el mármol travertino, lo que provocaba pensar en esas palabras de casi veinte años atrás, ciertamente Don Pedro es el periodista que pasó de vivir por la nota principal del día, evolucionando al empresario de medios que sabe administrar, y con ello, administrando su propio éxito. ¿Y tú, qué opinas?
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