El viento sopla a paso de cigarro de hoja por el abandono y el paracaidismo fúnebre que invade los viejos andadores con las puntas de flecha de la herrería para empinar al audaz doliente que se acerque a sus linderos.
Es el Panteón Municipal, en jerarquía el más importante y que resume el punto final de la ciudad y el punto final de la existencia. La gente de antaño solía decir; “Ya me voy pa puertas verdes…”, exclamaba la hermosa viejecita de mi barrio que lideraba a una gran familia, Los Ríos Barbosa.
Falleció a los 105 años de edad, todavía con el dibujo que hice de ella en sus manos talladas por su trabajo. Con su falda oscura hasta los tobillos, blusa engarzada y la mano tendida a todos los remedios de curación para el barrio.
Y entre los versos de mi tío Benito, escuchaba: “decía Fernando Barbosa y le decía a Tranquilino, mira lo que le ha pasado al pobre de tu padrino…”. Y es que había “ascendido a General”, en otras palabras, se había cagado en los pantalones.
La ciudad de Abajo y la Ciudad de Arriba, de poniente a oriente que se “divisaba” a dos kilómetros de distancia, hasta la punta oriente de la ciudad, el Cero Morelos, donde se desborda el agua en la fertilidad de la muerte y de la vida.
El Panteón “de Victoria”, y no de Ciudad Victoria, porque no somos metrópoli, es emblema de quienes forjaron la ciudad y quedaron en brazos de la tierra.
Las tumbas están al Oriente, como si fueran testigos, baluartes de un tiempo que ya no volverá. Los primeros asentamientos funerarios han sido medio respetados en su trazo inicial, pero a cincuenta metros el desorden impera.
La corrupción, la usurpación de los terrenos ha convertido al sitio en una selva. El despojo y ultraje, sin el mínimo respeto a los muertos y dolientes que poco a poco se han ido retirando del área de jubileo del cielo.
Dentro de ese marco las primeras tumbas, bóvedas y mausoleos de calidad estética. La pala y el pico del tiempo destruyen poco a poco, algunos notables testimonios de arquitectura y escultura funeraria.
El abandono es notable, no hay una sola intervención de los encargados del patrimonio cultural por decenas de años. Por apatía y refundada ignorancia sobre el valor estético del sitio. Se conjunta el nulo apego a lo nuestro.
El Panteón de Puertas Verdes porque así eran pintadas su rejas, o el Cero Morelos, es una fachada de lo que fue sagrado, orgullo donde descansan o descansaban nuestros ancestros.
Es el memorial de nuestra ciudad, las raíces de la heráldica suntuosa la modestia , de los poetas, de nuestros maestros y los antiguos potentados y patriotas. Un espejismo al ingreso, pero a unos pasos del rabillo de los ojos, la maleza, y las ruinas invaden a la nostalgia y la perdida de identidad de lo que alguna vez fue el gran Panteón Municipal.
El Cementerio de la Recoleta en Buenos Aires, encontramos una pequeña ciudad donde gravitan los muertos, en la prosa de lapidas, en versos en las tumbas y en las flores, rosas y gladiolas en la Tumba de los Duarte de Peron, de Evita Peron, santuario de frescura día tras día. En Paris, el Cementerio del Pere Lachaise, es un monumento a la gloria del pensamiento y la belleza, allí descansan los restos de los “inmortales” , un espacio que es para los Parisinos un parque de gratitudes estéticas y saludables, la cultura e ilustración de una arquitectura funeraria de trascendencia.
Estamos muy lejos de los monumentos de escultura funeraria pero existen testimonios en nuestro panteón de simbología y edificaciones de buena factura. Olga Bobadilla, profesora de diseño en ULSA Victoria, me mostró hace algunos años sus hallazgos sobre escultura de gran calidad realizada por artistas de la Ciudad de San Luis en Victoria, obras de ornamentación funeraria. Los viajes no solo despiertan a los vivos, también a los muertos.
Lo escrito en piedra es también movible a los ojos de la imaginación. El arquitecto Carlos Rugeiro, de grata memoria, impulso en su tiempo, una búsqueda de los personajes del memorial de Puertas Verdes, para trasladarles a la Rotonda de los Hombres y Mujeres Ilustres de Tamaulipas.
Como anécdota, me fue contada por el propio Rugeiro, de que “cayo con sus 140 kilos en una de las tumbas”, dejándolo como criba a sus costados, y salvando su vida casi de milagro. Existen unos testimonios de calidad y conservación del antiguo Camposanto. Con símbolos masónicos y alegorías cristianas y libre pensadores.
Sin duda es un panorama de ciertos estilos de arquitectura funeraria que por esta entrega no toco, pero es un sitio de enseñanza para el estudiante de escultura y arquitectura que busque estilos” tardíos” de arquitectura clásica y vernácula. Recobrar el orgullo de nuestros ancestros, volver grato la visión de los que miran desde sus cruces y el grabado de lapidas, el sol inclemente, que nos baña de sabiduría casa mañana.
POR ALEJANDRO ROSALES LUGO