En 1975, en una visita a México para promover a la PlataJunta española –Plataforma Democrática y Junta Democrática– como un acuerdo plural para la transición, el secretario general del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo, se reunió con el presidente del PRI, Jesús Reyes Heroles, y sacó el tema de que México podría seguir los pasos transicionistas del reino español.
Poco dado al debate, Reyes Heroles dijo, cortante, que eran procesos históricos diferentes porque México no era una dictadura como la de Franco.
En enero de 1984, después del fracaso de la reforma política de 1977 por el colapso de 1981-1983, el historiador Enrique Krauze publicó el ensayo “Por una democracia sin adjetivos” donde catapultaba la transición española y planteaba que la democracia era la salida mexicana a cualquier crisis, pero fue abanicado con el argumento institucional del Gobierno de Miguel de la Madrid de que la democracia implicaba la entrega del poder a un grupo conservador, una condición de toda democracia.
La transición española fue recurrente referente a los modelos de transición a la democracia en la tercera ola estudiada por Huntington: el tránsito del régimen autoritario de Franco a una democracia moderna estilo europeo. Cuatro fueron los pasos seguidos por las élites españolas de todo el arco ideológico, desde el extremo izquierdo hasta el franquismo: la ley de reforma electoral, el nuevo sistema de partidos incluyendo al Partido Comunista, los Pactos de La Moncloa y el referéndum de la nueva Constitución.
Aunque los estudios posteriores privilegian la gestión política de la crisis por parte del presidente Adolfo Suárez, el proceso registró dos decisiones fundamentales:
1.- La designación de Suárez, líder del Movimiento fascista de Franco, como presidente del Gobierno y la disolución justamente del Movimiento franquista, una organización que controlaba sindicatos y fuerzas sociales y estaba articulado de manera orgánica a las Fuerzas Armadas, y el perfil de Suárez como un joven dinosaurio del franquismo.
2.- Las decisiones políticas fueron importantes, pero no constituyeron la principal locomotora de la transición. La clave del modelo español de tránsito a la democracia estuvo en el diseño y negociación de los Pactos de La Moncloa, un acuerdo de reorganización sobre todo productiva y de clases que a su vez determinó la nueva correlación de fuerzas políticas transicionistas. Es decir, se redefinió el modo de producción capitalista con acuerdo entre empresarios y sindicatos militantes de la izquierda –la UGT socialista y Comisiones Obreras comunista–.
Por sí misma, la transición en sus decisiones políticas estuvo a punto de naufragar durante la negociación cuando el Ejército se opuso de manera terminante a la legalización del Partido Comunista de Santiago Carrillo y La Pasionaria, pero Suárez tuvo muy claro que no podría haber una transición ni un nuevo régimen si esa izquierda radical como estaba –es decir: no absorbida ni mediatizada– no aceptaba la legalización en su doble dimensión: como institucionalización de actividades políticas antes clandestinas rupturistas y la aceptación del modelo de gobierno de monarquía parlamentaria, con el Congreso como el espacio de gobierno y un rey en el modelo de Benjamin Constant: “reina, pero no gobierna”, solo una especie de figura de cohesión y garantía de estabilidad superior.
La transición española a la democracia, por tanto, no se redujo solo al reconocimiento de un régimen de gobierno democrático-parlamentario, sino que las nuevas relaciones políticas fueron producto de un replanteamiento de las relaciones de producción; sin los Pactos de La Moncloa ni un nuevo acuerdo democrático entre patrones y sindicatos, el régimen democrático hubiera durado un instante, pero pasó con éxito la prueba del intento de golpe de Estado de 1981 por el comandante Tejero de la Guardia Civil, aliado a importantes figuras del Ejército franquista y al principio con el aval del Rey Juan Carlos I.
El intento de asimilación de la experiencia española en México no rebasó el primer nivel: el régimen priista no era dictatorial sino de partido hegemónico, oposición simbólica, consenso constitucional y sobre todo una legitimación histórica a partir de la ideología oficial populista de la Revolución Mexicana y una Constitución de derechos sociales.
México nunca tuvo un acuerdo o proyecto de transición a la democracia, sino que aplicó reformas electorales parciales con distensiones políticas y nunca se pactó el acuerdo de clases productivas para modificar la estructura del régimen.
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Política para dummies: La política suele engañar a la política.
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Por Carlos Ramírez
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