El día llega montado sobre una nube, cartero del agua, viejo mensajero de la lluvia. Dibujado en una hoja de papel viene también el señor sol con sus colores alegres y un niño pinta a color pastel la suavidad del azul.
La casa comienza a despertar y hay aves de razones volando, papaloteando el aire. Tienes todos los colores, crayolas para pintar las calles, las rosas, los amaneceres claros y sencillos como tus palabras recorriendo los pasillos, mi casa, mi causa, mis presidios.
Ataré mis zapatos en la puerta y al salir dejaré antes que nada el viejo porvenir, las cosas sustantivas que quedaron. Afuera pasa el viento de aquel día, la memoria que recorre las tardes todavía.
Ser poeta es poder decir árbol…en muchas hojas. Ahora siente el paseo resbaladizo de mi tiempo. En la ruta de la abeja, lentamente, en el dorso de una paloma, siénteme en la luz intima de la luna. Siénteme en el lado del milagro por el que amanece, de memoria, en tus narices, siénteme lentamente, tan bien como pasa un tranvía, como se oye la música.
Asómate, que no hay nadie mirando en este espacio, ni quien camine por la habitación de arriba a abajo. De lado a lado, ponle que sí a esta mañana en el espejo, asoma tu rostro entre los árboles, en los garabatos de un racimo de plátanos. Puedo imaginarte al abrir la puerta desde la luna nueva, en el bosque de musgos de una fuente, transparente como el agua.
El amor es un lecho, un ritual de arena, es el soplo de una estrella en el polvo de tus mejillas. El amor es agua caída, un motor, una semilla de arcilla, una flor pequeña y cristalina.
Mis palabras vienen del murmullo que se escucha en el pasto; más abajo la vida corre en las raíces, en las venas de la tierra. Te voy pensando. Brillas en los parajes, en los colores púrpuras y en el aire intermitente del sonido. En la alborada eres una rosa muy grande, grabada en mi, estás conmigo, o como si estuvieras, a donde vas te sigo.
Las tardes son moras del sol sobre tu boca, un colibrí que enamora. La tarde es este instante en el noreste de tu cuerpo, en las altas espumas. Estoy rodeado de lo que eres, pegado a ti con pequeños alfileres.
La tarde es una calle donde viví, empapado de agua, mi cuerpo es un lugar entre el follaje. Rodeado de ti, te estoy viendo, estrella, mi cielo lluvioso. Te quiero desde antes de que alguien te quisiera, en la cifra viva, en el suspiro, con el viento dormido, bajo tu clima calido.
Te leo en el cuerpo. Te saben los libros que huelen tu voz, que palpan tu luz. Desde hace un tiempo estoy en la ciudad de tus palabras. Brotas de mi lenguaje, el cielo es el día de tus manos, una conclusión a ojos abiertos donde vuelan los pájaros.
Por ser mujer eres las flores, el huerto de papel doblado en los amaneceres, el finito borrador de la noche que destapa las calles sin llaves y las vuelve camiones, coches del año, semáforos silenciosos, traviesos relámpagos que mueven los carros.
Expuesto a la inexistencia, digo que te amo desde una barca que llegó a la orilla de una piel conocida. Todo lo que quiero puedo verlo en una mirada tuya.
Tú y yo, como una mirada que encuentra otra mirada, tan distintos como dos gotas de agua.
En un parlamento de aves se ha fortalecido el árbol donde se moja la calle, estoy detenido en tu piel, en tus pies comienza a moverse el diminuto abecedario del silencio, tu voz se hace fuerte a la mitad del semáforo que detiene tu cuerpo justo enfrente.
Todo lo que quiero puedo verlo en una mirada tuya. Óyeme caer despacio acariciando la luz y el solsticio de tu cuerpo. Óyeme como lluvia caer en los tejados, escurrir en el patio. Óyeme al primer incendio, a la primera palabra en el viento.
Estoy a tu lado, cada palabra que digo tú la dices conmigo.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA