“Los problemas de mi hijo en la escuela le tocan a usted, maestra”, “Yo atiendo a mi hijo en la casa y usted en la escuela”, “No me vuelva a llamar, tengo que trabajar y yo no puedo con este chamaco”, estas son algunas expresiones que se escuchan en las escuelas; se trata de padres o madres de familia de estudiantes con alguna dificultad que se rehúsan a apoyarlos, ya que asumen que lo que ocurre en la escuela no tiene relación con la dinámica de la familia. En otros casos, ni siquiera asisten a la cita de las autoridades escolares o no contestan sus celulares.
De no ser necesario el apoyo de la familia en la educación formal de las niñas, niños y jóvenes, en las escuelas no se tomarían el tiempo para solicitarlo. Las madres y padres son los primeros educadores, su labor incide en la calidad de las relaciones personales y de pareja de sus hijos e hijas como una sólida base para el desarrollo de sus competencias y habilidades para la vida.
Lamentablemente, sin el apoyo de la familia, las y los maestros tienen una tarea educativa mucho más complicada para evitar que sus estudiantes abandonen la escuela.
Algunos estudios afirman que el entorno familiar es mucho más determinante que el factor económico para motivar la deserción escolar en jóvenes entre 14 y 17 años. Una situación agravada por las consecuencias de la pandemia de Covid-19.
Actualmente, se han registrado un aumento en las conductas negativas de las y los alumnos de secundaria y bachillerato: tienen más problemas de autogestión, no trabajan en clase, no cumplen con sus tareas, son intolerantes ante las llamadas de atención, presentan conductas groseras e irrespetuosas, no atienden indicaciones, se distraen fácilmente y se niegan a trabajar cuando la clase no les gusta.
Una de las consecuencias de la ruptura del trinomio educativo “familia-estudiante-docente” es el desgaste emocional del último elemento: las y los docentes, quienes experimentan desilusión y mucha frustración cuando su planeación didáctica es difícil de implementar, cunado no alcanzan los aprendizajes esperados, cuando no logran sacar a sus estudiantes de la apatía y la mediocridad.
Afortunadamente, aun existen maestras y maestros que con profesionalismo y vocación llevan a cabo su importante labor, redoblan esfuerzos para intentar contrarrestar el abandono que viven sus estudiantes y no claudican ante el complicado panorama que se vive en las escuelas.
Estimadas maestras y estimados maestros:
Ustedes son la última balsa salvavidas de esos estudiantes abandonados por sus familias. ¡Gracias por intentar reparar el trinomio educativo fracturado! ¡Gracias por su entrega! Y sobre todo ¡Gracias por no rendirse!
¿Usted, qué opina?
POR NOHEMI ARGÜELLO SOSA