No es la primera vez que México pasa por la etapa previa de una elección presidencial. Esta vez la peculiaridad es que se plantea confirmar el propósito del gobierno de realizar un cambio profundo en la forma de realizar el desarrollo socioeconómico nacional.
Desde antes de su inauguración en 2018 como Presidente de la República, López Obrador marcó su régimen con el propósito de sustituir los principios liberales capitalistas que han valido desde 1824 como normas fundamentales de la vida nacional.
Ya en el poder, el Movimiento de Renovación Nacional ha dominado las dos cámaras legislativas emprendiendo la destrucción sistemática de estructuras que sostenían el modelo de democracia liberal para imponer a fuerza de decretos una variedad de socialismo claramente descrito en el libro de Pablo Sandoval Ramirez, Democracia y Trasformación Social, cuyas referencias y frecuentes citas remiten a Lenin, ideólogo del comunismo marxista.
En dicho breve texto se descara el programa de acabar con la raíz misma de las injusticias sociales que hoy día se viven en México y el camino hacia nuestra propia marca de un sistema socialista tropical.
Sin duda, las injusticias y desniveles sociales en México, comunes por cierto en muchos países, legitiman tan radicales proyectos de transformación nacional. Dos siglos de liberalismo no han realizado sociedades igualitarias
al modelo de Libertad, Igualdad y Fraternidad de la Revolución Francesa. Lejos de ello, la base misma del sistema liberal ha fincado la desigualdad como el inevitable resultado de las libertades del individuo, de empresa y
de gobierno, sin consideración alguna a las demandas populares.
Las crudas desigualdades que sufre la mayoría de la población mundial han llegado a provocar las olas de inquietud que se transforman en inestabilidad política general, que destruyen garantías y hacen imposible conciliar el
progreso económico con bienestar general.
Las arraigadas injusticias sociales tienen que ser corregidas, no con recetas utópicas del marxismo-leninismo de 1848 de viejo cuño ortodoxo, que nunca ha funcionado.
Las reformas que se hoy se requieren implican cambios estructurales como, por ejemplo, fiscales, pero sobre todo con cambios en la manera de concebir el éxito del desarrollo socioeconómico en cada individuo, ya no en términos de supresión del rival, sino en el desarrollo compartido que admita y corrija lo equivocado de los paradigmas utilitarios vigentes.
Avanzada así la evolución de mentalidad de acuerdo con las esperadas exigencias demográficas y adelantos tecnológicos, se podría proceder a realizar las adaptaciones en las instituciones de gobierno.
El proceso es lento. Lleva tiempo convertir a los que se benefician del sistema individual liberal a entender que hay más ventaja en la corresponsabilidad social que en el triunfo a costa del débil.
Educar a las nuevas generaciones no es la primera vez que México pasa por la etapa previa de una elección presidencial.
Esta vez la peculiaridad es que se plantea confirmar el propósito del gobierno de realizar un cambio profundo en la forma de realizar el desarrollo socioeconómico nacional.
Desde antes de su inauguración en 2018 como Presidente de la República, López Obrador marcó su régimen con el propósito de sustituir los principios liberales capitalistas que han valido desde 1824 como normas fundamentales de la vida nacional.
Ya en el poder, el Movimiento de Renovación Nacional ha dominado las dos cámaras legislativas emprendiendo la destrucción sistemática de estructuras que sostenían el modelo de democracia liberal para imponer a fuerza de decretos una variedad de socialismo claramente descrito en el libro de Pablo Sandoval Ramirez, Democracia y Trasformación Social, cuyas referencias y frecuentes citas remiten a Lenin, ideólogo del comunismo marxista.
En dicho breve texto se descara el programa de acabar con la raíz misma de las injusticias sociales que hoy día se viven en México y el camino hacia nuestra propia marca de un sistema socialista tropical.
Sin duda, las injusticias y desniveles sociales en México, comunes por cierto en muchos países, legitiman tan radicales proyectos de transformación nacional. Dos siglos de liberalismo no han realizado sociedades igualitarias al modelo de Libertad, Igualdad y Fraternidad de la Revolución Francesa.
Lejos de ello, la base misma del sistema liberal ha fincado la desigualdad como el inevitable resultado de las libertades del individuo, de empresa y de gobierno, sin consideración alguna a las demandas populares.
Las crudas desigualdades que sufre la mayoría de la población mundial han llegado a provocar las olas de inquietud que se transforman en inestabilidad política general, que destruyen garantías y hacen imposible conciliar el progreso económico con bienestar general.
Las arraigadas injusticias sociales tienen que ser corregidas, no con recetas utópicas del marxismo-leninismo de 1848 de viejo cuño ortodoxo, que nunca ha funcionado.
Las reformas que se hoy se requieren implican cambios estructurales como, por ejemplo, fiscales, pero sobre todo con cambios en la manera de concebir el éxito del desarrollo socioeconómico en cada individuo, ya no en términos de supresión del rival, sino en el desarrollo compartido que admita y corrija lo equivocado de los paradigmas utilitarios vigentes. Avanzada así la evolución de mentalidad de acuerdo con las esperadas exigencias demográficas y adelantos tecnológicos, se podría proceder a realizar las adaptaciones en las instituciones de gobierno.
El proceso es lento. Lleva tiempo convertir a los que se benefician del sistema individual liberal a entender que hay más ventaja en la corresponsabilidad social que en el triunfo a costa del débil. Educar a las nuevas generacio nes en los principios nuevos de responsabilidad comunitaria es esencial.
Condicionado a creer que por su propia energía y de la imposición arbitraria AMLO habría de lograr su idea transformadora, éste ha lanzado a la sociedad mexicana a la completa confusión, que no se redime con sesiones mañaneras adosadas de monólogos fantasiosos.
El daño que ha sembrado ha desarticulado aparatos y entidades administrativas que sólo requerían adaptaciones, sin duda profundas en algunos casos, a las realidades actuales, ha sido enorme y la sociedad mexicana tardará años en repararse.
El componente de honradez en la administración pública era insustituible, pero el cambio radical que se ha propuesto en el sexenio se hundió en pozos de corrupción que la difusión del Código Moral jamás tocó. La ejecución de la 4T ha sido un lamentable fracaso por falta de programación y ejecución deshonesta.
La estrategia de dividir a México en buenos y malos, adictos o adversarios que aplicó AMLO, despreció el concepto de unidad nacional, única fuerza que pudiera haber respaldado su meta. La pérdida de credibilidad y autoridad no tiene compostura y el reclamo por un cambio no es el de AMLO, sino el de genuino respeto al pueblo y sensatez en el proyecto de nación.
Los grupos ciudadanos, como en los años noventa fueron el de San Ángel o el Consejo para la Democracia, fueron centrales para llevar al gobierno del PRI a la creación de instrumentos como el IFE, el padrón electoral o el tribunal electoral, que ahora son debilitados por AMLO.
Sirva de ejemplo de la gravedad del ataque a la democracia que vivimos en esta temporada la pretensión del gobierno de centralizar toda acción económica y social.
La forma en que el Presidente reacciona contra el rechazo de la SCJN a su anticonstitucional decreto que determinaba de interés público las obras de infraestructura que el gobierno considera de prioridad. La toma por la Marina ayer de tres tramos de la línea ferroviaria concesionada por al Grupo México por razones de seguridad e interés nacional demuestra el grado a que se llega de ocultar información y de militarizar esas obras. Hay quienes tienen por inevitable el triunfo de Morena el 6 de junio del año entrante.
En cualquier eventualidad y con independencia del resultado al nivel presidencial, es indispensable para la salud del país que el Poder Legislativo recobre genuina libertad respecto al Ejecutivo para lo cual la selección de candidatos a diputados y senadores con vocación democrática es imprescindible tarea de la sociedad civil.
Más importante en los tiempos próximos es el señorío y serenidad del Poder Judicial, que nunca deberá enzarzarse su enhiesta autoridad en vulgares dimes y diretes o discusiones banales.
Todos requerimos tener cabeza fría y profunda reflexión para la brega que nos espera de aquí a junio del año 24.