Soy vecino de la calle, servidor apropiado de los perros eternos, soy el que alguien vio, al que encontraron corriendo por la vieja avenida. Y tengo un gato.
La vida es una barbaridad, un vaso que desborda, es duro decir la verdad sin caer en una piadosa mentira, pero aquí estoy dando la cara, dándolo todo sin una sola resistencia.
Nadando bajo el agua he pasado la vida y he visto las naves de otras vidas pasar por encima. En ese desplazarme encontré palabras precisas, voraces intenciones, presupuestos solo míos que fueron un contraste.
Aprendí que la realidad no tiene límites, que la vida es un poco realidad, un poco fantasía, soy un bicho enamorado de esa locura.
Soy quien encontraste en la esquina y olvidaste al dar la vuelta. Soy quien al voltear viste y muchos otros. En distintas condiciones me he visto al espejo y no hay cambios. Nadie cambia, no existe maquillaje, traje o máscara que confundan a la fanaticada que abuchea en las gradas.
Pienso poco ahora y escribo más que antes. Escribo lo que nace en los dedos, lo que resbala de prisa del inconsciente. Creo en el instinto, en la habilidad de las células para hablarme al oído.
Escucho al gato, al grillo, alguien no sé quién baja las escaleras, escucho el imperio que vive en mi cuarto, deletreo las etiquetas de los espacios vacíos donde antes hubo otro mundo.
El día desembarca en la ciudad y bailo en el viento al ritmo de las canciones que entran a mi cuerpo, esa es mi ciudadanía, estoy adentro y afuera, busco y encuentro con la mirada la tecla inadecuada.
A veces me conecto con la realidad únicamente para beber agua o probar un poco de alimento. Porque no hay tiempo estoy en el principio y el final de este cuento que escribo.
Cuando estoy conmigo, desconozco lo lejos y no sé de ausencia. Camino a mi lado, me tengo en mis brazos alados, en las palabras de todos mis poemas, en mis frentes de batalla y por todos mis lados.
He ido despacio en el reloj. Habrán leído mi nombre, adentro de alguien pude ser pensado. Eso nadie lo sabe. Veo el mundo y leo un libro. Deletreo las paredes, la pequeña nariz que respira muriéndome. No sé cuánto.
Amo todas las inquietudes, las virtudes y el talento con el que vuelan y se dibujan las mariposas. A veces abro los ojos para soñar, después los cierro para poder existir entre la gente.
Entonces cancelo las manos, las dejo pegadas al cuerpo, se dice lo mismo de un árbol. El árbol no tiene un problema, sólo está ahí, puede ver el fruto que madura, el agua bebida, el agua del agua milenaria.
Escucho cómo el mar se escucha, cómo el tren se detiene y calla, como se escucha cuando nadie habla y la palabra es un anhelo pronunciado en las miradas.
Estoy abrazado con fuerza a mi causa. En el aroma de café que sueña un beso, que tiembla, que se derrama en la boca de una rosa. Con las manos en llamas, la sal sola busca los labios, una isla chica, una boca debajo, un par de estrellas diurnas.
Soy un peso en la bolsa rota y soy la bolsa, me gasto en las manos, me levanto temprano a buscarme, en todos los sitios estoy tranquilamente desnudo. La vida es un círculo, uno termina donde empieza la vuelta. Uno siempre regresa al día siguiente.
Una parte de mi conocen los aficionados de mi espectáculo, en los vestidores, tras bambalinas vocalizo, ensayo las partituras de la opera prima que no entiendo. Desconozco el idioma para cantar en las barcas, silabo en voz baja ¿me escuchas? Me he quedado sin aliento, respiro en este texto que voy apagando en la oscura luz del silencio.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA




