La jornada de este domingo constituye la última curva antes de enfilarnos a la recta final del sexenio de López Obrador y todo lo que ello supone.
Los resultados de las elecciones del Estado de México y de Coahuila condicionarán algunos aspectos de lo que nos espera en los siguientes y últimos 15 meses; y habrá que ver el saldo final de este domingo para conocer en detalle el inventario de ganadores y perdedores.
Pero podemos dar por descontado lo que nos espera. Por un lado, tres o cuatro muy intensos meses para definir al candidato presidencial de Morena y con ello la identidad del mandatario para los siguientes seis años: Claudia Sheinbaum o Marcelo Ebrard. Recordemos que López Obrador pidió a sus corcholatas tranquilizar sus impulsos para no desviar esfuerzos a las campañas de las dos entidades en disputa este domingo.
Pero a partir del lunes la batalla habrá de reanudarse con la intensidad que representa todo lo que está en juego. López Obrador desearía que el tema sucesorio estuviese resuelto para septiembre, para dedicar todo el año a afianzar su proyecto de gobierno y preparar la entrega.
Lo más probable es que el Canciller renuncie en las próximas semanas, en cuanto quede clara la agenda y las condiciones del proceso interno de Morena; mientras que la Jefa de Gobierno seguramente se quedará en su puesto hasta que termine este proceso y sea declarada candidata virtual en algún momento en septiembre.
Lo que siga será un extraño y larguísimo periodo de convivencia entre el soberano actual y su sucesor.
En el pasado se intentaba acortar tal coexistencia por lo incómodo que resultaba al mandatario en funciones. Tan pronto como había certeza sobre la identidad del relevo, el presidente comenzaba a perder poder.
Aunque este seguía siendo el líder de facto del partido, la “cargada” provocaba que la mayor parte de los actores políticos prefirieran quedar bien con quien iba a mandar los siguientes seis años que con quien solo reinaba los últimos meses.
Pero la situación de AMLO es distinta a los presidentes anteriores. No es que él sea el líder momentáneo del partido en el poder, es que se trata de SU partido y este le seguirá obedeciendo sin importar quien sea nominado para la presidencia. Ninguna cargada va a debilitarlo.
Así que será un año peculiar, territorio inédito. Claudia o Marcelo, o quien resulte ganador (es decir, Claudia o Marcelo), pasará un año ocupado en tres tareas simultáneas: por una parte, preparando la campaña para la elección del próximo año que, si no hay imponderables, debería ser un paseo en alfombra roja para efectos de su investidura, aunque muy esforzada para conseguir un congreso con amplias mayorías.
Por otro, el “presidente virtual” y su equipo dedicarán un buen rato a estudios y reflexiones respecto al programa de su futuro gobierno. Recordemos que en este sexenio se han recortado los tiempos y el próximo presidente arrancará su gestión el 1 de octubre, de tal manera que el ganador de estos comicios tendrá menos tiempo para prepararse antes de recibir la banda presidencial.
A la par de las dos anteriores tareas, organizar campaña y anticipar programa de gobierno, quien gane la candidatura de Morena tendrá una actividad adicional: recibir el “tutorial” que seguramente le será impartido por López Obrador para dejarlo en condiciones de tomar el timón de relevo.
Podemos dar por sentado que el presidente aprovechará este año para empapar de su visión y llevar de la mano a su delfín.
Respecto a López Obrador también podemos esperar un año no distinto pero sí más intenso que los anteriores. Justo porque sí quiere irse al retiro, y no quedarse a ser presidente en la sombra, desea dejar amarrado y ordenado su legado.
Entiende que su sucesor no tendrá la fuerza política que él detenta y busca hacer irreversible la obra negra de su proyecto de transformación.
Ya ha anticipado que quien llegue en su lugar seguramente tendrá otro estilo y habrá de recorrerse hacia el centro, así que entiende que a él le toca profundizar las transformaciones y asegurarse de que lo sustancial tenga un carácter irreversible.
Es decir, las leyes controvertidas y los pleitos y empujones que haya que dar con los otros grandes protagonistas de la vida pública (poder judicial, empresarios, líderes sindicales, gobernadores, generales y medios de comunicación); son batallas que él preferirá enfrentar para aclarar el panorama de su sucesor. Lo dicho, será un cierre de sexenio tenso e intenso.
De alguna manera arranca esta semana, una vez cruzada la mojonera de la última elección antes de la madre de todas las batallas.
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