Usted va cumpliendo años y deja tras de sí la triste apología inútil de su pasado inmediato. Lo hace por correr rumbo al futuro, ese que no espera, pues cuando se llega ya no está. El futuro debe ser un don del mismo olvido.
Sería bueno vivir como decía Borges: sucesivamente. Y todo eso tenemos durante la vida, el sueño, las ideas, los pensamientos, las locuras los movimientos torpes.
Con miedo morimos, venimos muriendo hace tiempo. Tememos porque desconocemos, somos el principio y el final y eso debiera ser todo y no lo es.
Más allá el tiempo abusa de nosotros. Hay en quienes la inmortalidad está presente como un castigo.
Al lado del cuerpo inmediato se responden las preguntas más inhóspitas. En papel efímero dejamos las cosas que le ocurren a una persona y a todas y estamos hablando de días ya viejos y remotos de otros.
Cuando morimos, si es que morimos, no merecemos la muerte. No hemos encontrado nuestra hora, ni recuperado todos los mandamientos arrepentidos, ni los movimientos vanos perdidos en las manos atrás de una puerta.
En el corazón, seco ya después de la lluvia, late una ausencia, la propia. En la cámara de noches, se ha quebrado la luna del espejo. Por las esquinas se escucha un grillo. La noche se ha colado por la puerta.
No hay reclamo en esta hora profunda. Se manejar en el círculo vicioso de una pedrada, en la curva misteriosa que se escapa.
Nos trajeron, ahí estábamos todos sin integridad en un hilito de voz, hablándole a nuestro cuerpo.
Fue de repente mientras elegíamos un pan y no sabíamos que era una ventaja el azar que al fin de cuentas cabe en un último suspiro.
Nos dan a elegir entre el principio y el final. La cita recoge lo que no vimos, las salvedades en las tribulaciones del ser, la opresión del ser muy débil y nulo, ineficaz. ¿Y qué me dicen de la nada, de las objeciones, del silencio unilateral?
La muerte es la constante, la vida parpadea en la existencia. Es una reliquia la vida, un montón de libros atados, armas disparadas, miel desparramada alrededor de uno.
Usted muere cuando muere el enemigo. Es una revelación de último instante, una publicación corregida es la muerte.
Entonces usted deja los pasos sin zapatos. Los zapatos son el huerto definitivo de los pies. Mientras ve, deja la mirada clavada en la mirada. En un hostal de otra cara deja la mirada de una mirada, una única mirada.
Recogidos los pies, las manos abiertas y un puño en espera, deja el clásico movimiento de aquel que ha concluído una pelea.
Deja a las paredes la solidez de la voz muda. La que dijo todo.
En las huellas, los capítulos sentenciaron una edad de piedra. Fue de lodo. El latón fue la reconocida fe que trajo un poco de esperanza desde una pompa de jabón, desde un ave que pestañea en el aire.
Y deja atrás las premoniciones falsas en un sobre amarillo que da a una noche sin agua. En el rótulo disperso se podría encender una hoguera.
Entonces deja lo que es , ¿para qué llevarlo? Quémelo en un árbol, deje que el cuerpo exale el aire de una cicatriz imborrable.
Deje la cruz de madera en el portón, junto a la tarde.
Vivia mientras tanto, gire y de vueltas, haga poemas, lea, destroce lo que vea la mirada y tiene cierta fama en la remesa. En los juegos verbales eligia entre otras pasiones morir tranquilamente. Es todo.
Entonces usted dice la última palabra que se olvida o se edita, distinta a esta, y en un juego de póker que nunca jugó consigo mismo, en una mano propia, dé vuelta a la primera página y piense.
Detenido en la orilla de la mesa, hable, para que vea que nadie lo escucha, los jugadores de esta noche se han ido antes que antes.
HASTA PRONTO