Revisaron bien la casa y no lo encontraron. Voltearon los muebles, los revisaron casi por dentro; los más chiquillos, traviesos, se subieron al techo y tampoco lo hallaron.
Lo buscaron inexpugnable como era siempre, inexplicable, con una forma de andar por la vida como sin darse cuenta. Pero este era un simple juego de las escondidillas y ya habían encontrado a todos menos a Juanito, el susodicho.
Juanito, como casi no hablaba, pudo estar metido en alguna de sus palabras, las que no dijo.
«Por ahí , atrás de un árbol debe estar inmóvil» , dijo alguien, nunca se supo quien dijo. Por eso buscaron atrás de los árboles. Pero tampoco. Se lo ha de haber tragado la tierra, dijo el chiquillo más común de todos, el más ilógico.
Ha de estar en algún lugar muy insignificante, dijo otro, pues a como se le conocía, “el muchacho”, como su padre le llamaba, no tenía los alcances para esconderse de modo propio o con la más mínima intención de no volver a ser encontrado. Al contrario.
Así que no extrañaban mucho su ausencia, lo que les parecía extraño era la repentina preocupación de los ahí presentes por encontrarlo. Querían verlo, y ahora con más razón, querían ver si en realidad el muchacho había existido.
Uno de los presentes no recordaba bien la voz del joven extraviado, ahora que lo mencionaban, pero sabía que era muy tímido y en las veces que había visitas, por lo general no se presentaba; de modo que ahora venían con esa jugada de preocuparse. Y eso mismo era motivo de análisis.
En el fondo del solar, donde solo él sabía seguramente estaba Juanito, como le decían de cariño, aunque a Juan eso le repateaba el buche. Y era Juanito, tendría cosa de seis años, no más. Estaba según él escondido.
Ahora ellos, tenían la ausencia de Juanito, que no sé si se la merecían, Pero Juanito sabía que se podía ser feliz sin ellos, incluso ahí agazapado, donde ahora se encontraba, podía ser feliz con cualquiera que le sonriera, no necesariamente ellos.
Lo sabía de cierto, gracias a ellos que ahora hacían como que lo buscaban, como que en realidad se preocupaban. Pero sabía que ellos habían sido muy felices también sin él, de modo que la suerte estaba de su lado. Tal vez no vinieran a buscarlo. Tal vez creciera, se casaría y tendría hijos, no se sabe.
Uno de los presentes en aquella reunión intentó salir del juego pero fue atajado por palabras muy tranquilizadoras, “tal vez regrese solo, no es la primera vez que se pierde de esa manera, cuando hay gente”, dijo el padre de todos, que dictaba en ese momento lo que había que hacer y decir a la gente, y callarse, él estaba ahí para preocuparse, no ellos.
Y sí. El papá vio a Juan correr por el patio, pero eso no podría precisarlo ante un ministerio público, no supo si fue ayer o hacía un mes de ello.
Pronto oscurecería, lo cual ponía más drama al asunto, tenía que oscurecer, ni modo de que se detuviera el tiempo hasta que lo hallaran; quién se iba a estar fijando, pero si dejaban que oscureciera, había chiquillos que corrían el riesgo de perder el juego, y de que Juanito saliera gritando el consabido ¡can, can, salvación para todo mis amigos y yo!
Y quien sabe. Pues por alguna razón que todos y nadie sabe, no fueron a buscarlo al sitio donde se esconde, como una estrategia, parte del juego en el que no se vale perderse para siempre, pero sí de vez en cuando.
Al asunto pudo dirimirse al final; oscureció y Juanito tuvo que desengañarse, creció, salió de su escondite secreto, se casó y ya nadie volvió a saber de él. Para otros simplemente despareció. Ya grande Juanito, supo que todo el tiempo estuvo adentro de sí mismo.
HASTA LA PRONTO