Me decía “el caminante”, cada que me encontraba me reiteraba: “¡ese mi caminante! ”. Pocas veces le respondí, creo que ninguna. Simplemente le escuchaba.
Cuando me lo encontraba era lo primeo que me decía: “ese mi caminante”, así que si yo quería decirle algo, por muy ingenioso que esto fuera, aunque suelo decir puras tonterías, terminaba por decirle nada. Ni caso tenía.
Al paso del tiempo, como todo lo que ocurre en el tiempo me di cuenta que el sujeto superaba en mucho mis propias expectativas, caminaba mucho más que yo.
Además tenía mejor técnica y era muy veloz. Pronto se perdía de vista en el fondo tembloroso de la calle. Eso yo lo sabía, porque comencé a medir sus fuerzas y las mías. No puede ser, el sujeto es un regordete.
Criticaba yo su porte y hasta su estilo para caminar, su revote, pero no podía negar que el tipo me superaba. Yo no contaba con argumentos suficientes para contradecir esa verdad.
Primero es que mi paso es muy breve porque siempre quiero ir viendo todo, y no veo nada. Con el tiempo- otra vez el tiempo-, supe que él conocía mejor que yo la ciudad, sabía más allá de las calles y barrios.
Un día que me lo topé nos detuvimos a platicar como pocas veces, supe que su culturano era callejera, como yo hubiera querido para someterlo a mi madriguera. Pero no, comenzó a hablar de libros, por mi desconocidos, y me dio algunas recomendaciones.
Eso me agradó un poco, pues era cierto que me apantalló bien gacho y a partir de allí debía reconocer que el sujeto sabía más de letras que yo, yo un incipiente y ambicioso don nadie para esas horas, mirando el filtro de una vidrio en la cafetería de enfrente.
Él era el caminante. Pues aunque reconozco que soy de los extremos para caminar en esta ciudad, hay otros que caminan más, que son mejores que yo.
Cuando camino, de vez en cuando me topo con mi destino de encontrarme al caminante. Me ha dejado de hablar un poco, trata de escabullirse de mí últimamente. Pero nunca le he dicho que mis respetos, oye caminas un chingo. Pienso que es lo que él está sugiriendo que yo le diga. No se lo he dicho por mamón que soy, por falta de afecto y reconocimiento al prójimo.
Lo que sí, es que camino más recio que antes. Mido el tiempo que el sujeto me lleva adelante y he contado cuantas cuadras soy capaz de caminar en menos de 15 minutos y son 10 cuadras. Puedo ir más recio.
En un arranque de valor y entrega puse toda mi condición en juego y dejando la suela en el pavimento caminé tan recio que logré emparejármele, yo mismo reconozco mi motivación en aquel momento, solo para reconocer que el sujeto iba caminando tranquilo, sin ninguna esfuerzo.
Busqué otra debilidad que tuviese mi amigo, pero no se la encontré hasta que di con el clavo, con lo que había que leer. Después me haría el encontradizo y platicaremos de la historia de la ciudad y del planeta si quisiera.
Así que, como ya habrán adivinado me puse a leer, si humillantemente. Yo que presumía de leer, ahora si lo haría, pero en serio, nada de que por placer ¿a ver que aprende uno para decirle a un señor como ese que camina más rápido que yo? Tampoco hallé libros.
Parte importante de mi vida la llevo invertida en ese silencioso caso. Por tercera vez el tiempo, luego de hacer estragos con sus noches y días, trajo a otros caminantes que comenzaron a competir con nosotros, los más antiguos del barrio.
Había barrio contra barrio y los caminantes leían mientras caminaban y corrían desesperados alcanzándose infinitamente, alternándose un poder largamente ignorado y misterioso.
El tiempo sin regreso va y viene entre una multitud de caminantes que cruzan el puente, van atrás o adelante, a nunca alcanzarse. Algunos leen.
HASTA PRONTO




