7 diciembre, 2025

7 diciembre, 2025

El viento y los peinados de moda 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Entonces descubrí el viento. Nadie hizo el viento, el viento se hizo solo y es infinito, solo da vueltas, solo salta y se mete en rincones inapropiados. Con eso tiene para llevar mariposas, aviones y pájaros grandes. Con eso hay para hacer volar la ropa de los tendederos 

Muy bien. Me especializo en salir corriendo siempre antes de cerrar la puerta y caer en el pavimento de la calle. En mí tengo la posibilidad de crear de la nada esa pequeña competencia de aquí a la esquina en contra del aire.

El aire ha sido mi compañero, mi perseguidor incansable, mi inconforme enemigo. Con el aire en contra es más fácil hacer frente a una contingencia, aunque no lo parezca. Como la vida misma. 

Funciona con los huesos que al sentir el impulso ligero encienden su motor. Los huesos tienen su vocación de grandes corredores. Luego el viento lleva las proteínas a todo el cuerpo.

Uno andaba solo, antes que el viento. La gente que también es viento lo arroja por la calle. Se consume el viento necesario y el espacio se vuelve zona de contagio o de aromas multicolores. 

El descubrimiento del viento fue el descubrimiento de nosotros. El aire, que por un resquicio de la ventana se cuela, hizo que nos vieran despeinados. No por nada se inventaron los peines y la moda de los peinados. 

El cosmos que disuelve el tiempo, la distancia, el polvo de la última estrella. Muchos planetas son viento, huracanes torrenciales, hielo. Mi planeta es el viento, el pelo que vuela, el papalote, la pelota que se desvía de la portería.

Cuando no hay nadie, se detiene el viento. El viento es oleaje, montón de transparencias. Te asomas, nadie cerró la puerta y culpas al viento que va derribando sombreros. 

Te asomas por la ventana y ves cómo el viento mueve las hojas del plátano afuera mojándose. Todo está bien adentro del barco de madera.

Atrás de la pintura o de la vieja fotografía, siempre se observa lo que ha quedado, somos el tiempo pasado, el viento nuevo nos da en la cara. Y somos lo que va quedando del viento que poco a poco todo se va llevando. 

Con honor he resistido las ráfagas como todo el mundo. La línea del aire es una cuerda floja, una barda cayéndose. El viento resiste como una casa vieja.

Frente a frente el viento es un pequeño guerrillero en un árbol. Arrastra los objetos. Y empieza a tener algún sentido su habilidad de transporte. Las grandes migraciones son corrientes del viento.

Y respiras. Millones de veces relajas el cuerpo con el viento fresco. Con el primer viento el viento te mueve a buscar el día siguiente. Nos iremos de la calle sin un soplo de aire, cuando se acabe.

El viento es una cadena. Pensar en el viento es pensar en la vida. Más que polvo somos viento. Como globos un día cualquiera, din fecha premeditada nos desinflamos. 

Uno debiera ser como el viento que no se ve pero es muy sólido, uno es hijo del viento. Afuera de nosotros el cuerpo líquido moja nuestras vestiduras y nos hace visibles. Primero en las noches. Hasta que alguien, ese alguien descontrolado, enciende las luces.

En lugares altos el viento hace ciudades con las nubes, observan para abajo y llueve. Sin viento no hay vida, el desierto es viento solitario, pero abajo viven las las hormigas y diminutos saurios. 

Somos viento pasando. Somos borde, orilla, línea divisoria que no ve más allá de aquel lado. Somos viento, tiempo pasado.

Sales y el viento en la cara te recuerda los papeles volando en una página digital, la memoria cargada de bytes, el alma, el sentimiento en los huesos corriendo como el viento.

HASTA PRONTO 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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