10 diciembre, 2025

10 diciembre, 2025

La fotografía de aquel verano 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA 

Lo más importante en el almanaque que lleva años colgado en la pared es el camino a la escuela que viene dibujado, igual que un niño que juega con un dado gigante. 

Los enciclopedistas traían a los escolapios asoleándose por las calles y nadie les impidió establecer un horario y voltear el reloj en tiempos de la revolución. Así salimos en la foto 

Estábamos a 40 grados centígrados pero había muchos árboles. Uno de los pocos fotógrafos de aquel entonces tomó esta fotografía cubierto con un manto negro, luego de su fechoría salió de ahí no sé sí sonriendo. Aquello tardaría en ser olvido toda la vida. 

Si hablara la foto del interior de esta habitación, recordaría que bajo esos techos altos creció una familia de artistas. En la foto apenas se ve el fondo borroso en blanco y negro. 

Teníamos un legendario loro y un perro grande de paso lento. El loro aprovechó un cambio de domicilio para extraviarse. El perro se hizo vagabundo con sus largas patas filtradas por el tiempo.

Afuera no hay viento no pasa veloz, ni se han destapado las cloacas en el vecindario. Sí acaso el clásico poste encontrado en la esquina en palabras que tocan las miradas que arden en la oscuridad. Hay vidrios tirados de un envase del refresco de cola.

Cuando repite uno las historias viendo el almanaque entre viejas reliquias, surgen cosas insospechadas, pequeñas risillas, llantos bajo la luz de una lámpara donde los mentores dan clases en el recuerdo de una foto, y los hijos de esta historia muy atentos a la clase de historia . 

Recuerdo la fotografía: Yo vi la exhibición como una película y una carpa de húngaras, dos cucharas de plata en el solar baldío de al lado, donde jugamos descalzos. Vi un campo llanero y era la tarde, una pelota de agua y hule, descalzo. 

La fotografía no recuerda mi infancia sino los objetos. La sarten en la cocina de humo, el tizne en los cuerpos ahora remotos. 

En una de esas trajeron una silla y me sentaron a un lado de la vida. Lleno de espejos el corredor era para eso, correr y resbalarse hasta caer en cada año bisiesto, en la sombra perseguida por la sombra de una sombra perseguida.

Aquella noche dejé esa calle y busqué refugio en otra. Los grandes dicen que en la calle se aprende a ser libre. Uno no fácilmente abandona las calles. Hay verdadera vocación por el asfalto. Seres que transcurren sobre los complejos arquitectónicos, en el transporte urbano, en las estaciones pluviales de la gran ciudad.

El pulso es tantear el terreno. Se denomina arte el saber cuándo y cómo dibujar en el aire. Con una vara se mide el tiempo de aquí para allá y cuánto ha de valer el regreso. Entonces el ojo concreta los datos que se almacenan antes de que te veas frente al espejo. Luego se escribe o se pinta. 

Recuerdo que el fotógrafo recogió los trastos del daguerrotipo, los rostros de todos los que después aparecen en la foto y se fue. Es una pena que haya estado de cuerpo presente el sagrado silencio. Afuera no hay perros ni gatos en los tejados cubiertos de moho. 

He venido a ver esa foto como la tarde llega. Afuera un árbol genealógico de pequeñas hojas cae de las manos.

En ese mismo año pasó todo. Los recuerdos del México de Manuel Álvarez Bravo en la pared y la nota periodística se publicita en el desvencijado sofá. No expliqué la puerta media abierta, el piso limpio escampado, los pasos presentidos que iban raspando el futuro cercano.

Algunas consideraciones reconocen que fue un buen verano a pesar de todo. En el fondo del jardín hay más bajas que altas. La cámara estalla en un flash y la sonrisa vuelve al rostro ajetreado y cansado del día. Lateralmente hay vida cercana, gente esperando el otoño. 

HASTA PRONTO

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA 

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