21 diciembre, 2025

21 diciembre, 2025

Siembre un árbol

Todo mundo quiere estacionarse ‘en la sombrilla’ pero pocos quieren reforestar el espacio público

CD. VICTORIA, TAM.- Doña Elena fue de las primeras personas que se fueron a asentar, a ese sector en la periferia de la ciudad.

Cuando compró su terreno, todo el mundo le decía que estaba muy lejos, y que qué iba a hacer hasta esa orilla pues ni siquiera micros había para allá.

Confiando en su instinto doña Nena se fue con todo e hijos a habitar una pequeña casita prefabricada de madera que le habían vendido. Pero en esta vida todo lo bueno cuesta, no solo dinero sino tiempo y paciencia: la colonia no contaba aún con red eléctrica ni agua potable y alcantarillado.

El panorama se componía únicamente de unos cuantos tepehuajes, varios mezquites y una nopalera al fondo. Todo lo demás eran únicamente solares cercados y calles de tierra.

Tuvieron que pasar algunos años para que los servicios más esenciales fueron introducidos en su colonia. Un dia Doña Elena, cansada de padecer calor y del terregal que se levantaba en la calle, decidió sembrar un árbol.

La calle se fue llenando de casas, coches, y de niños jugando entre gritos y balonazos. Lo que ya no se vio, fue a otro vecino sembrar algún árbol más.

Durante años solamente el ficus de doña Elena se erguía sobre la acera solitario y fuerte.

El resplandor del mediodía hacía contrastar la blanca calle de tierra, con la verde copa de aquel ficus, en el cual los vecinos corrían a refugiarse cuando llovía o cuando de plano el ardiente sol, los castigaba al caminar hacia la tienda.

También, cuando alguien de la colonia tenía pachanga , los invitados no dudaban en estacionar sus coches bajo el arbolito.

Dos décadas después el Caminante construyó su casa en aquella colonia con calles de tierra. Lo primero que hizo fue sembrar un arbolito al frente de su ‘cantón’.

Era un hermoso neem que había comprado en el tianguis de La Paz. El rumbo empezó a tomar un tono verde con la llegada de otros arbolitos que los vecinos fueron sembrando.

Framboyanes, pirules, tepehuajes almendros y otros neems se unieron a la arboleda. Los beneficios no se hicieron esperar. La calle, que antes lucía polvosa y erosionada, poco a poco se fue compactando y con ello los lodazales fueron menos caóticos.

Ahora, al caminar rumbo a la tienda, hay más tramos frescos y sombreados por los árboles. Parvadas de pajaritos se escuchan trinar al atardecer y cuando el sol se levanta y cientos de abejas y colibríes hacen su labor polinizando los jardines.

Aparte, cuando florecen los framboyanes, un colorido espectáculo en tonos rojos encendidos corona el camino. Las altas temperaturas que se dejaron sentir desde mayo y ahora con mayor razón en esta canícula, son amortiguadas por la hilera de árboles de esa calle. – ¡Vecinoooo! – gritó Doña Elena al Caminante cuando lo vió.

– Buenas tardes Doña Nena, ¿cómo está? – respondió el vago reportero. – Oiga ¿no sabe quién podría venir a cortar este árbol? – ¿Su árbol, el ficus? ¿lo quiere cortar? – Pues yo no quisiera, no pero me está levantando la construcción. – ¡Que caray! pues sí ese es el problema con los ficus que si no se les poda a tiempo, o no se les pone suficiente agua, las raíces se empiezan a extender y causan problemas como éste.

– Por eso quiero que lo saquen, pero se necesita quien tenga una motosierra, porque el tronco está muy duro y a machetazos van a batallar mucho para trozarlo.

– Por ahí supe que en la colonia de aquí al lado hay un señor que tiene motosierra y podría aventarse la chamba. – Voy mandar a mi hijo el güero a buscarlo, porque ya me urge. Pero no se preocupe, ¡voy a sembrar otro arbolito faltaba más!

Días después, don Gabino fue a trozar el ficus, pero al poco tiempo los hijos de doña Elena sembraron un framboyán.

El paisaje de muchas colonias victorenses adolecen de lo mismo, muy pocos árboles hay en las aceras, las cuales no solo se ven feas y pelonas, sino que es un martirio transitar por ellas a horas del mediodía. Además de las horribles polvaredas que se forman.

Quizás para muchos suene tonto poner atención a estos detalles, pero la realidad es que el planeta se sigue calentando.

La enorme cantidad de vehículos que circulan por la ciudad, y la grave deforestación de las áreas circundantes, causan que la ciudad se convierta en una gran alberca de smog y aire caliente.

Es necesario hacer conciencia de este problema, y poner cada ciudadano su granito de arena, para convertir la urbe en un gran pulmón, que modere la temperatura de la región. Si usted amable lector quiere contribuir a esta labor, ponga manos a la obra y procure sembrar un arbolito.

No sólo sus vecinos se lo agradecerán, el medio ambiente en qué vivimos se verá beneficiado y a la larga sus hijos y nietos disfrutarán de una ciudad más limpia y sana. Demasiada pata de perro por esta semana.

POR JORGE ZAMORA

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