Con el blanco de los ojos se ve la nada nítida, la hija de la imaginación pura, el invento de una nube de lluvia seca que no moja.
Juntos llenamos el sueño con los ojos abiertos, con antenas de una radio con mala recepción. Vemos con claridad el cielo oscuro y loco. El blanco de los ojos es otra manera de vernos a nosotros a los ojos.
Más allá de los ojos existimos. Imposibles , liberados e increíbles. Imprevisibles, de sopetón. De chiripa nos vemos en la otra ceguera y vale la pena. De vez en cuando visqueamos los ojos para ser dos o cuatro en el espejo inmenso del universo. Y a veces no encontramos ni el espejo pequeño extraviado en un descuido de la vista.
Por los ojos pasa todo y al mismo tiempo nada. Vemos lo que queremos y a veces sin querer- o sin saber que lo queremos- vemos lo que no debemos. Vemos por interés, aunque en ocasiones nos traiciona el ser y pasamos la vista por lo extraño. La vida tiene esa otra vida pasando constante en la mirada.
Por la vista pasa todo y elegimos lo qué ver. Somos los dueños de ese mundo reducido, visqueado, borroso o enfocado que nadie más ve. Eligimos para privilegiar al placer, al tiempo que simulamos discriminar lo ajeno, lo impropio. Lo no justificado a nuestra manera de ser.
Vemos el escenario y elaboramos la historia, explicamos lo que sucede y hacemos el pronóstico del futuro incierto. Es un sueño. Pasa el tiempo y quedan los recuerdos que se van difuminado en el tiempo voraz y hambriento.
El enfoque de la mirada es reducido. A los lados viajan otros mundos, vidas que marchan al encuentro de un destino distinto al de todos. Somos únicos por ello. Y sin embargo todo aquí es lo mismo. Somos uno respirando del mismo árbol. Estamos juntos y a la vez aislados bajo el único sol.
A los lados de la vista pasa lo que no vemos pero nos ven. Somos ellos al revés. Hemos construido esa ignorancia que nos ronda. Volteamos y ahí están como si nunca hubieran estado. Lo olvidaremos en un segundo, quizás antes. Nadie sabe. Tal vez quede en el recuerdo el estallido del color del pantalón o el brillo de unos ojos bajo el sol, si los vuelves a ver, no recuerdas dónde.
A veces es mejor no ver y cualquiera se tapa los ojos ante los rayos del sol. No queremos ver la tragedia, pero la escuchamos y entonces logramos verla con la imaginación.
Cerramos los ojos y continúamos viendo las imágenes que nos persiguen de oficio desde niños. La voz gruesa que escuchamos llegar del angosto pasillo es el rostro sereno de nuestro padre, o el maestro que regresa al salón de clase y nadie causó el escándalo, ¿de qué habla el profe?
Otros nos ven, o tarde que temprano nos descubren en el escondite secreto de las calles. La ciudad existe si la nombramos. Entonces la vemos. Sabemos por dónde vamos de pies a cabeza y vamos desnudo que se sepa. La ropa nos esconde un poco de las miradas ajenas que observan la ropa.
Pasamos y somos lo que fuimos , luego recordamos la calle donde nos vieron y damos la vuelta a las palabras no escritas por el transeúnte, extraño concursante vamos y nos desnudamos donde nadie nos mire.
Nada que ver, todo es olvido y el comenzar es empezar de nuevo ciego con los ojos abiertos llenos de objetos y metros cuadrados. Llenos de ausencias, de asombros viejos que se van callendo de las pestañas. Entonces al recordar la vista volvemos a la otra ceguera que es la verdadera y la escondemos adentro, más allá de los ojos y de los gusanos habituales que van comiendo el blanco de los ojos.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA