Cruzando la calle, al otro lado de la acera o a la vuelta de la esquina podrías encontrar tu media naranja, aun cuando no la buscares. Es así de cierto y de inesperado.
Pero también pudiera ser que luego de largos años de rodar por el mundo buscando hasta debajo de las piedras, encima de un árbol o en las gradas de un teatro callejero, jamás la encuentres. Y es un misterio. Se supone que para cada sapo hay una pedrada y pides explicaciones.
A media cancha podrías desesperarte en el rito cotidiano de buscar en los rincones propicios, en la oscura noche, bajo las leves luces de neón de los antros, en los parpadeos suaves y deliciosos de miles de seres que presientes son las personas adecuadas según tus gustos y según los decires.
Nada fue cierto, amaneces como siempre solo y tú alma, cuando mucho acompañado de una taza de café, a veces ni eso. Recurres al viejo truco del espejo y sientes que no eres feo, no tan mal digamos. Ensayas tus mejores gestos, de alguna parte inexplicable sacas fuerza y sales a buscar.
Te propones el trato de no olvidar la búsqueda, ya ves que eres muy distraído, no vaya a ser que pase junto a ti y no la mires, que se siente junto a ti en el micro y no la mires hasta que dice “¡bajan!” y baja, sabes que pudo haber sido y deseas bajarte pero el chofer te lo impide. Ese que te maneja el inconsciente te dijo “esa era la buena” , pero de nuevo, por distraído, se ha perdido entre la muchedumbre de medias naranjas.
Decides concentrarte, recoges las cáscaras del pasado y ves para todas partes, a veces no hay nadie, ni una morra, un bulevar solitario te avisa que se te está haciendo tarde en la vida.
Y te das prisa, caminas más rápido, buscas, y haces una selección de prospectos y las anotas en una lista con su nombre de pila que investigaste en el Facebook, temes que sea una ilusión óptica a causa de los filtros, encuentras su chat, de quien te gusta.
Entonces, por enésima ves el subconsciente te avisa: “ponte al tiro, puede ser un engaño, acuérdate que la última vez no te fue bien y te andabas cortando las venas con una lechuga”, y desistes, apagas el móvil. Pero continúas la búsqueda, como un investigador privado.
No podrías ir por la vida preguntando “¿oiga, es usted mi media naranja?” , se reirían de ti, te tirarían a loco, vendrían por ti los hombres de blanco. Quizás en el manicomio encuentres algo, pero no estás seguro tampoco. Sería muy loco.
En todas partes hay morras. Algunas están ocupadas, otras casadas y las menos andan de novias. Las buscas a todas horas y a ninguna hora la encuentras. Te ven y se escabullen, te dejan en visto, te responden monosílabos, ni siquiera te envían una señal de humo.
Las recomendaciones por muchas las olvidaste, traes una, la pones en práctica y no funciona, luego otra, ya gastaste la tuya que decía que si lo decretas se te da, que si anhelas con toda el alma sola llega, que el amor es así solo llega, que en alguna parte todos tenemos una alma gemela. Y crees, cada vez refuerzas la creencia ingrata de que tu media naranja vive en otra galaxia.
Vas caminando cuando sientes una premonición, ha de ser la hora de la respectiva premonición, al rato vendrá el desengaño. Y sin embargo esta vez te fijas bien en el nombre de la calle y la lámina dice muy claramente, calle Galaxia.
Es ahora o nunca, la has encontrado, pero vete despacio. Sale un perro y te reconoce, sabes por qué. Quitas el grueso candado, abres el portón y luego la puerta. Has llegado a casa, buscas por si las moscas abajo de la cama, en la lavandería que no tienes, en Ia biblioteca. Preguntas… escuchas un ruido… es el gato. Preguntas otra vez ¿Eres tú, mi media naranja? Y entonces nadie te contesta.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA