En esta semana, el 6 y 9 de agosto, se rememora, con gran pesar, el lanzamiento de bombas nucleares sobre dos ciudades japonesas: Hiroshima y Nagasaki. Fueron las primeras, y hasta el momento únicas ocasiones, en que se han empleado bombas atómicas en el contexto de una guerra y en contra de centros urbanos densamente habitados.
De este modo la humanidad entró en un nuevo periodo histórico de altísimo riesgo; el de la posibilidad de auto aniquilarse con una rapidez que se mediría en minutos, horas y días.
A diferencia del cambio climático con el que la humanidad amenaza autodestruirse en años y décadas. En ambos casos de manera potencialmente irreversible.
Las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki tuvieron un impacto devastador. En las fotografías posteriores lo que eran ciudades aparecen como enormes terrenos a ras de tierra, tanto por el impacto inmediato como por los incendios provocados por las bombas en viviendas que eran mayoritariamente de madera.
No hay cálculos exactos, pero se estima que entre 129 y 226 mil personas murieron, la mayoría de manera instantánea, otros por efecto de la radiación recibida en los siguientes cuatro meses.
Otros miles sufrieron los efectos de la radiación durante años en una espantosa muerte lenta. De ellos alrededor de la décima parte soldados y el resto población civil.
Las ciudades fueron elegidas en parte porque habían sido de las menos bombardeadas previamente y de ese modo sería más claro el daño debido a las bombas atómicas. En cierto sentido se trataba de un experimento.
El impacto fue tan devastador que al principio se le intentó ocultar a la población norteamericana diciendo que los reportes iniciales eran propaganda japonesa.
Incluso se negó que hubiera muertes por radiación y cuando ya no se pudo ocultar más su existencia un general norteamericano declaró ante el congreso de los Estados Unidos que esa manera de morir no era dolorosa sino incluso placentera.
Había empezado lo que hasta hoy en día es una controversia relevante ¿fue realmente necesario arrojar esas bombas sobre centros habitados?
La justificación principal sigue siendo que era la única manera de convencer de rendirse a la elite militarista japonesa que parecía decidida a continuar la guerra a pesar del alto costo para la población civil y la destrucción del país.
De otra manera invadir Japón de manera convencional habría implicado decenas de miles de muertes de soldados norteamericanos.
Un segundo motivo del uso de las bombas, menos difundido, pero igualmente creíble, es que la Unión Soviética se aprestaba a invadir Japón y en ese caso Estados Unidos habría tenido que compartir el territorio japonés. Con una rápida victoria se evitaría lo que acababa de ocurrir en Europa.
Ahí la Unión Soviética cargó con el mayor esfuerzo en la guerra contra Alemania y, en consecuencia, ocupó gran parte de Europa. Las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki equivalían a 15 y 20 mil toneladas (kilotones) de dinamita, respectivamente. Un potencial explosivo que ahora es considerado bajo.
Hoy en día la potencia explosiva de las bombas nucleares se mide en megatones, es decir el equivalente a millones de toneladas de dinamita.
Son bombas miles de veces más potentes. Nueve países poseen un total de 12 mil 500 bombas nucleares, de las que varios miles van a ser desmanteladas.
Pero restan 9 mil 576 activas en los arsenales militares y pueden ser lanzadas desde misiles, aviones, barcos y submarinos. Estados Unidos cuenta con 5 mil 244 bombas; Rusia con 5 mil 899; China 410, Francia 290; Pakistán 170; India 164; Israel 90; Corea del Norte 30.
Son muchos los países, los malentendidos y las ocasiones en que, por angas o mangas, se puede ocasionar un desastre gigantesco.
Únicamente dos mil bombas se encuentran en alerta máxima y listas para lanzarse en minutos. Sin embargo, bastaría la explosión de unas cuantas docenas de estas bombas para que más allá de una enorme destrucción directa el polvo radiactivo afectaría extensas regiones y hasta podría en alguna medida oscurecer todo el planeta.
La crisis humanitaria sería enorme y las consecuencias en la salud durarían generaciones.
Lo peor es que es difícil imaginar un conflicto en el que solo se arrojen unas docenas de bombas cuando se tienen a la mano millares.
Que se empleen relativamente pocas bombas me recuerda el corrido de Rosita Alvires: El día que la mataron, Rosita estaba de suerte; de tres tiros que le dieron, nomás uno era de muerte. Nunca antes la humanidad ha estado más cerca de la autodestrucción que en este momento.
Ni la grave crisis de los misiles rusos en Cuba fue de tan alto riesgo como el que ahora representa el conflicto ruso norteamericano que se desarrolla en Ucrania. Hace unos días el expresidente ruso, Medvedev, muy cercano al presidente Putin declaró que Rusia podría verse obligada a usar armas nucleares si las fuerzas ucranianas amenazaran con conquistar territorio ruso.
Un decreto firmado por Putin en 2020 establece que Moscú podría emplear bombas nucleares si la existencia del país es amenazada. Esta posibilidad ha sido señalada por muy serios analistas norteamericanos señalando que Rusia emplearía bombas nucleares tácticas (de baja potencia) contra Ucrania, en caso de ver amenazado su dominio de la península de Crimea. Otro factor de riesgo es que Estados Unidos ha aceptado enviar a Ucrania aviones F-16 con capacidad para llevar bombas nucleares; aunque niega que llevarán tales armas.
El gobierno ruso simplemente declara que no puede ignorar esa capacidad y por lo tanto los considera una amenaza nuclear y ninguna declaración de los países occidentales la convencerá de lo contrario.
El asunto de fondo es que Rusia exige que Ucrania sea un país neutral; sin bases militares capaces de lanzar misiles nucleares como las que ya se han instalado en Polonia y Rumanía.
En sentido contrario Estados Unidos y sus aliados declaran que apenas termine la guerra Ucrania formará parte de la OTAN, la alianza militar occidental. La diferencia es irreconciliable e impide todo dialogo conducente a un armisticio. Así que no se ve en el horizonte el fin de esta terrible guerra en la que su continuo escalamiento incrementa el riesgo para toda la humanidad.