Algo hemos hecho mal que la desconfianza priva en nuestro país.
Las encuestas de percepción señalan que el mexicano(a) confía solamente en su entorno más próximo. Su familia. Si acaso sus vecinos.
Cada vez es mayor nuestro sentimiento de inseguridad frente al de junto. No confiamos en la honestidad del otro y tendemos a sentir que nos engañan, que hay dobleces y que, por nuestro bien, debemos ser reservados.
Los efectos de la desconfianza en la política llevan a la suspicacia y al escepticismo. Llevan también a la inacción, a la apatía. Si no confío en los candidatos y en los partidos, para qué ir a votar. Si no confío en la justicia, para qué denuncio.
Según López Obrador, México ocupa uno de los primeros lugares en el mundo en politización y “prácticamente no existe el analfabetismo político”. El Presidente siempre tiene otros datos. No hay encuesta nacional o internacional que sustente su dicho. Los mexicanos no confiamos demasiado en la democracia, a la mitad le interesa poco o nada la política y tenemos gran desconfianza en los políticos y en los partidos.
Muchos factores explican la desconfianza. Entre ellos que hemos tenido en lo que va del siglo gobiernos priistas, panistas y morenistas y la gente sigue igual. Peor ahora con un gobierno autodenominado de izquierda, pero que a pesar de sus intenciones no pudo disminuir la pobreza extrema ni las carencias sociales en alimentación, educación y salud, aunque redujo la pobreza moderada. Un gobierno que, además, ha perpetrado un embate grosero contra la democracia.
Peor todavía, la desconfianza priva al interior de los partidos. Entre supuestos compañeros.
El proceso interno que vive la coalición Juntos Hacemos Historia (Morena-PVEM-PT) reproducen, expresan y refuerzan la desconfianza de los ciudadanos.
Estamos presenciando un teatro que no sólo violenta las leyes electorales, sino además las propias reglas que ellos se dieron para elegir a su candidato(a): no mentir, no robar y no traicionar al pueblo, campañas informativas y austeras, no hacer propuestas, no utilizar recursos públicos, no descalificar al resto de los contendientes, no debatir.
Ebrard tiene razón en la denuncia pública (que no legal) hecha el pasado 16 de agosto en contra de su partido por el acarreo monumental en favor de Claudia Sheinbaum, por el uso de recursos públicos provenientes de la Secretaría de Bienestar y favoritismo por “la estrategia de las encuestas cuchareadas (falseadas) o anímicas, que se publican por la paga y sólo sirven para levantar el ánimo de la que las paga, o de los que las pagan”.
Las tres denuncias son delicadas. Algunas merecerían prisión preventiva oficiosa según la reforma de este gobierno que convirtió en delito grave el uso de programas sociales con fines electorales. No sólo muestran las fracturas al interior de Morena, sino el desprecio que tienen los morenistas y su líder por la legalidad.
A esta declaración pública debió seguir una denuncia legal. No la hubo.
Las casas encuestadoras —mantenidas en secreto— tuvieron que ser sorteadas por la imposibilidad de acordarlas (claro, todas menos la de Palacio Nacional), las boletas serán “circulares” para que nadie pueda decir que hay prelación entre los candidatos, irán foliadas e impresas en papel seguridad para evitar fraudes, cada corcholata podrá mandar a representantes que acompañen a los encuestadores de campo y firmarán la boleta por el reverso para confirmar que no hubo “chanchullo”.
Falta saber si se respetará el resultado final, si es que lo dan a conocer de manera que pueda ser verificado y si los contendientes apoyarán al ganador(a). Aquel o aquella que decida el Presidente de la República y líder de Morena, quien ha sido sancionado reiteradamente por intervenir en las elecciones.
La desconfianza interna en el proceso de la coalición Juntos Hacemos Historia es de tal magnitud que se han puesto casi tantos candados como los que los que imponen las leyes para los procesos electorales federales. Salvo, por supuesto, en materia de transparencia en los gastos de “campaña” para ocupar el puesto de coordinador(a) de la Defensa de la 4T.
El proceso interno de Morena atiza la percepción de desconfianza que tenemos los ciudadanos frente a los políticos. Si entre ellos no se tienen confianza y se denuncian por sus ilegalidades, qué pueden esperar de los ciudadanos.
Del otro lado, del Frente Amplio por México ha habido inconformidades que han sido procesadas sin estos tipos de denuncias, pero el proceso sigue en marcha en relativa armonía. Quizá por el acierto de introducir un órgano ciudadano sin preferencias partidarias y encargado de vigilar la pulcritud del proceso. En la primera ronda se eliminó a uno de los candidatos, Enrique de la Madrid, quien con gran madurez política reconoció la derrota, felicitó a los ganadores y prometió seguir trabajando por el Frente. En diez días conoceremos a la ganadora de esta contienda. No puede cantarse victoria, pero hasta ahora, el proceso ha sido transparente y exitoso.
POR MARÍA AMPARO CASAR