Hay países en Europa donde el uso de la bicicleta es muy común. Hay empresas de dichos países que otorgan un estímulo económico a quienes usen la bici para trasladarse a su trabajo. Hay calles atestadas de ciclistas, calles cuyos carriles para ellos, son más amplios que para quienes van en carro.
Ahí, en esa calle repleta de bicicleteros, se mezclan el ánimo, las ganas de pedalear con la necesidad de llegar. Habrá deportistas que rebasen a cien kilómetros por hora; los que vayan lento para admirar el paisaje de sonrisas, casonas y pequeñas montañas de edificios multicolores.
Una buena parte de los habitantes en ciudad Victoria durante el siglo pasado usaron bicicleta para cubrir sus necesidades de transporte. Otros las robaban. En ellas iban a ver a sus novias. Por un lado iba la bicicleta y por el otro la morra, sino es que la trepaban en ancas.
Había temporadas de «mariposeros» que te ipnotizaban y cuando volvías en ti la bicicleta ya no estaba. No la podías dejar afuera del mercado porque le salían alas a las dos llantas. Te estacionabas y mientras te medias zapatos en la zapatería Canadá, otros te dejaba a pata. Siempre, sin que se pudiese comprobar, se sospechaba de la complicidad de los judiciales.
La bicicleta esa jacka de acero, burra, vaika, la compañera, la peor es nada, solía acompañar a los alarifes a echarse un vaciado en el auge de los vaciados a mano, sin trompo, sin ganas. Luego la construcción en proceso se llenaba de bicicletas de todas las marcas, que si Benotto, que su Búfalo, la Winsor, entre otras muchas y finalmente las de montaña. Hoy los albañiles llegan en carro aunque sea chocolates, escondiéndose de Hacienda que los quiere mucho.
Conozco señores que toda su vida han andado en bici ¿ Cuántos años tiene usted señor? 80 años, te dicen, y los que faltan. Luego dejan de pedalear como nadando de a muertito y antes de llegar a la esquina, frenan. A mi no me engaña, ese valedor tiene 50 años .
Había talleres muchos y bien importantes talleres para solucionar cualquier problema que tuvieran las bicicletas, así fuesen cuestiones mecánicas o de estética, de ese modo estaba el taller del señor Jiménez, en el 9 y 10 Abasolo, el taller de Villanueva en el 14 Olivia Ramírez y Conrrado Castillo, el de Ochoa en el 18 Nuevo León y Coahuila, los de la Mainero del Ciclismo Victorense, entre otros muchos, de perdido para echar aire, revisar la cámara en el agua, cambiar un eje, enderezar un rayo.
Un tiempo salieron las bicicletas balonas y no cualquiera, eran 4 X 4. Después hubo las banana, unas que tenian una llanta más chica que la otra y en Victoria se usaron mucho las de carreras. Veías a los sujetos cómo se perdían en el fondo de la calle veinte con su bicicleta de carreras y su sombrero. Iban para el ejido la Libertad o para el Refugio en medio de las carretas con leña.
Un tiempo se usaron los pedales de acero cromado, los que nos tatuaron con cicatrices las espinillas. Y con el tiempo el sabio conductor de bicicleta sabe y le consta que existen muchas formas de bajarse.
Si vas recio, si se atraviesa un perro o un gato, frenas, das el cuartazo bien gacho. Te levantas y ya no eres mismo, tienes algo para platicarlo a los nietos, pero con más estilo. Puede ser que al ir de bajada no te agarren los frenos, igual sabes, bien que sabes, que no tardas mucho en caer al suelo. De igual manera sabes que aterrizarás de emergencia cuando caes a un pozo y en el aire sueñas con un paracaídas para bicicleteros, que aún no se inventan.
En Victoria poco a poco hay más bicicleteros, pero también hay más motos y más carros. Los victorenses, muchos no todos, quieren ir a las tortillas en coche, van y visitan a la abuela en carro y la abuela vive a la vuelta. Victoria todavía se puede cruzar de cabo a rabo en bicicleta. Puedes ir ida y vuelta sin que se canse el caballo, o quien sabe.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA