Hay un espacio de poder que se llama Jalisco. Tiene una gubernatura, cuatro senadurías, una veintena de diputaciones federales directas, y otras por circunscripción…
Tiene también mar, puerto y aeropuertos, recursos naturales, vías de comunicación de primera y segunda, ubicación estratégica… liderazgo agropecuario e industrial; invaluable patrimonio cultural; fama global por su folclor, sus universidades, sus artesanías, sus letras…
Movimiento Ciudadano es un partido de dinámica imagen, que ha migrado de piel (estuvo con AMLO y contra AMLO), una organización que no sin éxito recluta cuadros jóvenes o con potencial para tratar de ubicarse fuera de las ofertas convencionales de los últimos 30 años.
Un día, un jalisciense con empuje y ese partido encontraron la oportunidad y atisbaron el beneficio de ir juntos. Así fuera en la búsqueda de una alcaldía, o por una gubernatura. Construyeron a la par, pero ni uno ni otro surgieron sólo de esas coyunturas: se utilizaron mutuamente y ganaron de esa alianza.
Una primera explicación a lo que en estas últimas semanas ocurre con Enrique Alfaro y Dante Delgado es que el choque que protagonizan era inevitable. Su funcional pacto, con réditos para ambos, ha entrado en un terreno de dudas sobre si conviene mantenerlo a futuro.
Alfaro es un jugador político que no va a supeditar su tranquilidad luego de 2024 a los juegos de cartas cerradas del líder emecista. Tiene el control de un estado importante y apetecible para otros, un grupo en torno suyo, y capacidad de jugar por sí mismo, sin tener que adivinar lo que busca Delgado.
Éste pocas veces había lidiado, salvo en los tiempos que fue patrocinador de López Obrador, con un político del peso de Alfaro. Al menos desde que es naranja, pues cuando priista supo de la vieja escuela como pocos.
Cuando 2024 comenzó a verse en el horizonte, Dante no actualizó el pacto con Alfaro, no dimensionó que hoy por hoy ese espacio de poder con las siglas de MC no es sólo suyo, aunque así lo crea. Es también de los jaliscienses, y de los de Nuevo León si maduran como grupo.
Y, sobre todo, el líder nacional emecista no parece entender que se juegan cosas distintas en la elección:
-Alfaro y su grupo no pueden arriesgar lo que han construido en todo el siglo a la espera de que Dante decida unilateralmente el rumbo.
-Ajeno a lo anterior, Delgado escucha a Alfaro mas no mueve un ápice su ruta de “tenemos estudios que nos dicen que solos sacaremos más que el Frente”. Y aguanten hasta noviembre.
Porque si Dante equivoca la apuesta –dijo ayer a López-Dóriga– está dispuesto a irse a su casa.
Esa diferencia con Alfaro no es menor: el jalisciense está en su casa (estado), y quiere permanecer ahí sin padecer los obligados rigores en caso (remoto mas no imposible) de que el estado lo ganen sus adversarios; y quiere trabajar lo que sea necesario para que no se desmorone lo que construyó.
El líder nacional y único de MC tiene una críptica jugada que ni entienden ni emociona a los que bajo esas siglas han gobernado en Jalisco.
No es Xóchitl Gálvez lo que tensa la alianza entre Dante y Alfaro. Es que se juegan cosas muy distintas. Perder el espacio de poder que es Jalisco para Delgado puede ser una mala anécdota de su biografía. Tal escenario para Enrique es un golpe a su legado.
Alfaro también pensó su sexenio como una refundación, como algo más que seis años. Dante lo quiere desplazar, tutelar, suplantar. Cómo no iban a chocar.
POR SALVADOR CAMARENA