Mi generación leyó las Glorias del Púas Olivares de Ricardo Garibay y también las vio en el canal 8 de televisión cuando peleaba en la arena coliseo de la ciudad de México. El viaje pasó por la mejor época del boxeo y de los escritores. Aun vivía Octavio Paz y lo recordamos también en el programa «Conversaciones con Octavio Paz» que se transmitía en vivo para toda la república.
Viene de allá esta generación, de cuando no había teléfonos móviles. En la ciudad y en los pueblos existían un teléfono y un radio para transmitir exclusivamente lo más importante que se tuviese, aunque a veces fueran chismes políticos.
En Victoria la plaza de toros del 16 Anaya, donde hoy está una tienda, tenía programado para ese domingo a Manolo Arruza sino es que la pelea de box o lucha libre con los mejores del país que podrían ser el Huracán Ramírez, Blue Demon, Tinieblas o el Ray Mendoza.
Hoy por supuesto con un declive en la lucha libre, sustituida por la artes marciales, sería difícil traer un pelea del box con boxeadores como el Canelo Álvarez que se cotiza en las nubes.
Pero claro, mientras tanto, vimos en la pantalla- que primero fue en blanco y negro, con su antena en el techo- el paso de Salvador Sánchez, Lupe Pintor, Juan Manuel Márquez, Julio César Chávez y a los extranjeros: Mohamed Alí, Sugar Ray Leonard y más recientemente a Mike Tyson.
Y todo ello se podia hacer desde una cantina, patrocinado por una cervecera famosa. Las peleas eran sangrientas a 15 round y a muerte, no a 12 cuando empezó la generación de cristal, que andan buscando a su mamá en el tercer episodio.
Aquel incipiente tiempo, alcanzó para ver películas de la época de oro del cine mexicano, para ver la película completa de «las ficheras» que hicieron del cine Juárez un espacio popular y convirtieron al cine mexicano en una especie de éxito comercial.
¿Quién no recuerda las colas que se hacían en el cine para ver cómo Alfonso Sayas se acostaba con Lin May? Y eran películas atrevidas, en aquel tiempo sensuradas por las inmaculadas buenas costumbres que hoy serían ingenuas.
Decíamos que el chavo del 8 era el novio de la chilindrina cuando en realidad lo era de doña Florinda. Que don Ramón le quería comer el mandado al profesor Jirafales.
Las bibliotecas públicas pasaron de la estantería cerrada a la abierta. Los libros eran cuidados hasta sus últimas consecuencias por Doña Leonor Treviño, su fundadora. En la biblioteca pública del Estadio era un delito romper el silencio espantoso de aquel recinto.
En el 1981se inauguró la Biblioteca Central Estatal Marte R Gómez, lugar sagrado y privilegiado que muchos han cambiado por la pequeña pantalla de un aparato movil.
A finales de los setentas se abrió al norte de Ciudad Victoria la tienda Blanco que fue novedosa, ya ve cómo hemos sido de novedosos los victorenses, que pronto pasó de moda ante la embestida de las tiendas «Grande» que tumbaron la plaza de toros y un vecindario donde viví en el 10 Carrera.
La cadena comercial «Blanco» , pasó a ser «Gigante» , después «Astra» y finalmente lo que es hoy «Soriana» con sucursales en la ciudad, sin menoscabar otras que llegaron con la modernidad.
Los teléfonos, de uno que había, comenzaron a invadir las casas luego de que Carlos Slim adquirió la franquicia a su favor del gobierno y pronto invadió los hogares a un lado del sofá, y hasta en la cocina. Hoy cruelmente sustituido por celulares.
Había teléfonos públicos muy conocidos, como los de la Plazas Juárez e Hidalgo, con largas filas para conversar con el «quíbule» o para solicitar un servicio, para dejar una espina enterrada y retirarse a tiempo, como hoy, servía también para las relaciones públicas y «apúrese señor» , «ya estense, ya se me acabó el veinte». Luego le seguimos.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA