Hace tres semanas escribí en este mismo espacio que, si no había sorpresas o cambios abruptos en los procedimientos anunciados, Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez acabarían siendo las precandidatas oficiales. Añadí, sin embargo, que la legitimidad de sus candidaturas dependería de la calidad del proceso.
La semana pasada comenté el resultado del Frente Amplio por México y anoche se dieron a conocer los resultados de las encuestas nacionales encargadas por Morena. En cinco encuestas con muestras de dos mil 500 personas cada una, Claudia Sheinbaum aventajó a Marcelo Ebrard con 39% contra 26, en promedio. Por su parte, Adán Augusto López y Gerardo Fernández Noroña empataron con 11% cada uno —un resultado notable tras el derroche de uno y la austeridad del otro—, mientras que Manuel Velasco y Ricardo Monreal recibieron siete puntos o menos.
La ventaja de Sheinbaum en las encuestas es clara y coincide con diversas encuestas publicadas en meses recientes. Sin embargo, Marcelo Ebrard no está conforme con el proceso interno ni con el resultado y no ha concedido su derrota. ¿Cómo podemos interpretar esto? ¿Acaso es un mal perdedor? ¿Su impugnación es una jugada estratégica? Vale la pena recordar que, antes de llegar a la Presidencia, Andrés Manuel López Obrador nunca concedió ninguna de sus derrotas electorales. Por su parte, Marcelo Ebrard concedió su derrota ante López Obrador en las encuestas internas de 2011, mismas que fueron mucho más reñidas que las de este año.
El consentimiento del perdedor, conceder la derrota por dolorosa que ésta sea, estar dispuesto a colaborar con un nuevo gobierno liderado por otra persona, es un aspecto clave de una democracia constitucional. Cuando el perdedor no concede su derrota, puede haber protestas e inestabilidad política de distinto grado. Al reconocer su derrota, se reconoce la legalidad y legitimidad del proceso subyacente, y es más probable que el candidato derrotado vuelva a contender en el futuro. Así, de manera más general, el consentimiento del perdedor ayuda a fortalecer la confianza en las elecciones y la renovación de los gobiernos por vías democráticas y pacíficas.
Este consentimiento no ocurre de manera espontánea en todos los contextos. Procesos electorales auténticos, justos, libres de fraudes o manipulación, donde las reglas del juego son conocidas y aceptadas con anticipación por los contendientes, facilitan que los perdedores acepten su derrota y vuelvan a competir en el futuro.
Los procesos internos del partido en el gobierno y la coalición opositora ponen de relieve la importancia de contar con procedimientos electorales confiables, o bien de contar con instituciones capaces de organizar elecciones ciertas y confiables.
Ninguno de los procesos internos fue capaz de realizar una elección primaria abierta. El Frente había propuesto realizar una consulta abierta, pero al final cancelaron el ejercicio por diversas razones. ¿Qué hubiera sucedido si la ganadora de la consulta fuera distinta a la de la encuesta? Al final de cuentas, ambas coaliciones designaron candidatas mediante encuestas con metodologías poco transparentes. En el Frente recabaron firmas antes de definir quiénes participarían en la encuesta.
En Morena, el Presidente decidió quiénes serían los seis aspirantes invitados. ¿Por qué el segundo lugar en las encuestas de Morena no ha concedido su derrota? ¿Qué hubiera pasado si alguno de estos procesos hubiera resultado tan reñido que las encuestas no permitieran definir un ganador estadísticamente confiable?
¿La inconformidad de Ebrard se refiere a las encuestas, o más bien se refiere a irregularidades previas a estos levantamientos? Si la contienda parecía tan injusta de entrada, ¿por qué aceptó competir? Las simpatías que consiguió Ebrard en las encuestas no son despreciables, ¿piensa migrar a otro partido o apoyar a Sheinbaum? ¿Buscará fragmentar a su partido o el voto opositor?
POR JAVIER APARICIO