La victoria de Andrés Manuel López Obrador de 2018 se forjó no sólo por el tesón del tabasqueño o por su ideario de primero los pobres.
Si llegó a la Presidencia fue, también, porque convocó a nuevos personajes y a otros que se habían alejado de su entorno. Como hoy intenta Claudia Sheinbaum.
Al lopezobradorismo le gusta particularmente repetir fórmulas que en el pasado dieron resultado. Por eso no extraña que desde el domingo la virtual candidata presidencial abriera una nueva etapa en su proselitismo al invitar al oficialismo a ir y sumar a más ciudadanas y ciudadanos.
“Debemos fortalecer la unidad y siempre tender la mano a quien quiera seguir siendo y ser parte de este gran movimiento de transformación y a quien quiera sumarse”, dijo al recibir su nombramiento como coordinadora de defensa de la transformación en el Consejo Nacional de Morena.
“Así que hoy convoco a la participación de personas de todas las clases sociales, personas de diferentes corrientes del pensamiento, de todas las religiones, libres pensadoras, a este movimiento que nació y sigue siendo amplio y plural, de campesinos, campesinas, trabajadores, trabajadoras independientes, clases medias, artesanos, científicos, artistas, intelectuales, comerciantes y empresarios, jóvenes, mujeres, a los millones de mexicanos y mexicanas que viven fuera de nuestro México, a que construyamos el segundo piso de la transformación”, agregó en el acto del domingo.
Se trata del primer cambio importante de forma y fondo tras las encuestas de Morena que le dieron a Sheinbaum el banderín para la campaña de 2024. Y es una reedición de lo que en su momento y hace justo seis años concluía el entonces precandidato López Obrador.
El 3 de septiembre de 2017 el lopezobradorismo celebró en el Monumento a la Revolución un evento para mostrar que, contra las acusaciones de sectarismo, eran un movimiento que sumaba a personajes de distinta índole.
Excompañeros del PRD o PT, o del PRI pero también empresarios o juristas.
Ese día se anunció la formal adhesión de Ifigenia Martínez y de Alberto Anaya, por ejemplo. La hasta entonces perredista y el petista firmaron el llamado Acuerdo Político de Unidad Nacional.
Y hubo otros firmantes notables, entre ellos, y según reportó la nota de Reforma del día siguiente: El exdiputado Pablo Gómez, la exdelegada de Cuauhtémoc Dolores Padierna, la exdelegada de Tlalpan Maricela Contreras, la exministra de la Corte Olga Sánchez Cordero, el exrector de la UDLA Enrique Cárdenas Sánchez y el empresario regio Alfonso Romo.
Ese acuerdo buscaba sumar adeptos allende las filas de Morena porque López Obrador no quería jugarse el riesgo de quedarse corto en la inminente campaña electoral.
Y porque también con actos como esos espantaba acusaciones como la que días atrás le hiciera Peña Nieto al decir en su Informe de Gobierno que “la disyuntiva es hacer de México una de las potencias mundiales del siglo 21 o un modelo del pasado que ya ha fracasado” (Reforma 04/09/17).
Pero a diferencia de López Obrador hace seis años, hoy Claudia Sheinbaum tendrá un reto extra: su convocatoria habrá de remontar algunos obstáculos con grupos o sectores que fueron agraviados por el presidente López Obrador e incluso por algunos de sus colaboradores.
Y enfrenta el riesgo de que la convocatoria sea respondida por personajes de oportunismo sin límite, de esos que sólo andan buscando cómo subirse a una buena ola.
Sheinbaum quiere construir “un segundo piso” del movimiento. Y empieza con el pie derecho al abrirlo a grupos que o se alejaron o ven con recelo al gobierno.
Tendrá que ser persuasiva, convincente y receptiva. Ella y sus compañeros.