Miguel iba a toda prisa, volteaba con frecuencia verificando que nadie lo siguiera, iba a su casa, pero no seguía el camino mas corto, daba vueltas inesperadas para comprobar que no era objeto de una persecución, a pesar de que el sol estaba en lo alto, caía a plomo, el estaba empapado de sudor, su corazón latía de forma incesante y su boca seca, no cambiaba su intención que era dar una amplia vuelta para llegar a su casa.
Venía del supermercado donde había comprado algunas cosas, estaba en una de las cajas pagando, cuando vio a un hombre, le pareció conocido, a los pocos segundos lo reconoció, en ese momento salió rápidamente sin siquiera esperar el cambio. Había reconocido a un asesino.
Todo había empezado hacia un poco mas de 30 años, él y cuatro amigos suyos iban saliendo de un billar donde habían estado pasando un buen rato jugando, cuando salieron a su paso tres tipos armados dos con pistolas y al que reconoció y después supo que se llamaba Jorge Quintero con una navaja en la mano, les pidieron sus carteras, relojes, pulseras y todo lo de valor. Miguel empezó a entregar sus cosas, pero Andrés uno de sus amigos dijo “¡No les damos nada!”.
Inmediatamente ese tipo, Quintero, lo apuñaló, Luis otro de sus acompañantes quiso defenderlo, pero también fue apuñalado.
A él, a Manuel y a Juan los golpearon con las pistolas dejándolos inconscientes. Despertó cuando ya estaba en una camilla, lo estaban atendiendo del golpe en la cabeza, el comandante Ramos se acercó a él parsimonioso, dejando que Miguel entendiera que estaba pasando.
-Qué pasó muchacho, parece que se toparon con delincuentes. Le preguntó. -¿Cómo están Andrés y Luis? Fue su respuesta.
– Pues desafortunadamente ya no están. Los mataron. Contestó el comandante. Una gran tristeza y un enorme coraje lo invadieron, empezó a llorar.
El comandante lo dejó que se desahogara, y ya más tranquilo le preguntó. – ¿Viste a los que los asaltaron? – Si y vi al que mató a mis amigos.
Dijo de forma contundente. – ¿Y estarías dispuesto a identificarlos? Preguntó sorprendido el policía.
Te comento, creemos saber quiénes fueron, pero son unos desalmados y nadie quiere acusarlos y menos identificarlos.
– Yo sí. Dijo Miguel, le dio su nombre, dirección y teléfono para que pudiera localizarlo. Unos días más tarde, Ramos se presentó en la casa de Miguel.
Le dijo que ya habían apresado a los delincuentes y que quería saber si él estaba en lo dicho. – Sí comandante, mataron a mis amigos.
– Eres muy valiente muchacho, acompáñame pues. Miguel no avisó a sus padres, se iban a preocupar y no tenía caso, estaba decidido a hacerlo.
En la comisaria hicieron el proceso de careo con el asesino quien durante el tiempo que duró el careo no retiró su vista de Miguel.
Sin embargo, Miguel ratificó su acusación. Unos meses mas tarde, lo llamaron para declarar en el juicio, debido a su acusación el juez lo declaró culpable condenándolo a 30 años de prisión.
Cuando llevaban a Quintero a su celda, éste busco con la mirada a Miguel y sin que saliera sonido de su boca le dijo “te voy a matar”.
Miguel sabía que lo podía cumplir. De eso ya habían pasado más de 30 años y Quintero ya estaba libre. En ese momento él iba llegando a su casa, acalorado, empapado en sudor, entró a toda prisa, ahí estaban María su mujer y Luis su hijo.
Ella le preguntó intrigada: -¿Qué te pasó?, ¿Por qué vienes empapado? – Al ratito les cuento. Les dijo, asomándose por las ventanas hacia la calle. -¿Por qué llegaste a pie?, ¿Y el carro? Preguntó su hijo.
En ese momento se percató que, en su ansia por alejarse del criminal, había dejado el carro en el estacionamiento del super.
-Se quedó en el super. Dijo casi mecánicamente. – Dame las llaves papá, voy por él. -¡No!, tú no, ahorita le pido a tu tío Raúl que vaya. – Pero ¿Por qué? Miguel le habló a su hermano Raúl quien accedió a ir por el vehículo.
En la conversación su hermano le preguntó por los diez mil pesos que aún no le pagaba un tipo que le había comprado un carro, Miguel le contestó que ya no le iba a cobrar.
No le gustaba confrontarse y prefería perder algo a pasar el mal momento de reclamar. Salió con su caja de herramienta y se ubicó en un lugar del patio donde su mujer y su hijo no pudieran verlo.
Abrió la caja, buscó y sacó una navaja de resorte que le había regalado su papá y tenía como recuerdo. La aceitó, la probó y se la guardó en el pantalón para asegurarse que no se notaba.
Llenó una bolsa con arena que había en el patio y ensayó sacar la navaja, operar el mecanismo y dar una puñalada a la bolsa.
Lo hizo hasta que se sintió satisfecho de su habilidad.
Entró al baño de la casa, se lavó la cara, había dejado de sudar, ya estaba tranquilo, en calma lo corroboró en su mirada reflejada en el espejo, en ese momento supo que estaba listo para matar a un hombre.