10 diciembre, 2025

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Antropología del ser esperando el micro 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Éramos  28 los que estábamos esperando el micro en aquella parada. Los conté de uno por uno y éramos 27, pero luego descubrí una señora que se me estaba escapando, por eso éramos 28. No somos muchos poque es domingo y además temprano, más de rato aquí se va a juntar mucha raza.

Me tocó ver unos vatos a un lado que cada rato volteaban a verme y comentan. Creo hablan entre ellos y ya me la sé, me quieren sacar, como que me han visto en otra parte, pero no creo. Jamás los había visto yo tampoco.

Uno de ellos, el que andaba más tatuado, para darle más emoción a este momento, le metió tensión y ya pegado a mi me dijo » ¡jálate pa’ acá! «. Como no contesté, pues me consideré en el derecho de tirarlo a Lucas, me volvió a decir ahora con más ímpetu. Yo vi su cara haciendo de malo. El otro también se había acercado para presenciar desde esa platea el inicio de las hostilidades.

«¡Qué te jales para acá! » , me repitió ya en un mejor castellano. Yo estaba pensando en cómo hay vatos que en corto se llevan bien con uno, y hasta hacen platica buena onda : qué hay carnal, te dicen, y tú contestas como si nada hubiera o le confiesas: aquí ando en el centro de compras, como si hubieras comprado algo y no nada más, como fue, el ir a ver a las morras, entonces el otro te confiesa : yo vengo al centro a ver a las morras y tú pones cara de no hay bronca, porque sabes que también vas a eso.

La realidad es que el vato me había dicho que me jalara para allá como si me fuera a decir algo muy importante y no me daba miedo, sino más bien me intrigó para qué chingados. Eso ya era bronca. Pero eran dos, y una pelea en ese instante no sólo era innecesaria sino injusta.

La gente comenzó a notar que algo pasaba, a pesar de los escasos segundos pasados junto con los carros por el bulevar. Alguien dijo: «Ahí viene el micro» , pero nadie escuchó, estaban con el pendiente de dos que ahí se topaban.

En ese momento yo no hubiera querido ser ese al que le hablaban, me hubiera quedado en casa y que el hubiera existiera, pero no existe. Afuera del acto del momento supongo que las hojas de los árboles se movían, que las aves surcaban con parsimonia el viento calmo, quizás un caballo relinchó a lo lejos y no lo escuchamos.

Años atrás, yo, ese mismo que visto y calzo y que ahora todos veían, sin pensarlo le hubiera atorado al vato en corcho. Reflexioné si eso ahora quedaba entre la madurez y la cobardía, entre la inmediatez y la sensatez.

Por eso empuñé mi mano derecha, cerré fuertemente los nudillos, traté de recordar el último golpe que fue a dar al rostro de un semejante, cuando no había experiencias más poderosas que la fuerza bruta y no estas cinco poderosas razones que ahora me detenían en el vilo de una batalla campal. Pues la neta sentía que todos me observaban y no se irían con el más débil. La gente a veces tiene un comportamiento inexplicable.

Lo siguiente que escuché fue el repetido grito ahora muy alterado de muchacho que me jaló del brazo y parte de la camisa, como para de veras jalar a un lado mi cuerpo que en ese rato era como un camión de volteo. Sentí las miradas de los 27, el bulevar estaba quieto y no había pájaros.

Y de nuevo el grito tan fuerte que casi me derribó por sí mismo, junto, casi al lado de la muchacha que gritó algo, como un aullido. 

-¡¡¡Hágase para acá señor. ¿No ve que el micro viene llegando, qué hace usted en medio de la calle?!!! «. 

Y efectivamente, por distraído, de no ser por aquél joven- de esos a quienes  criticamos con prejuicio- me hubieran atropellado. 

Estuviera ya en el otro mundo. O quién sabe. Tal vez lo estoy de cierta manera: en el mundo de la experiencia, la comprensión y el agradecimiento. Todo por distraído. 

HASTA PRONTO. 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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