Yo en serio deseaba que estas hojas donde escribo volaran. Pero llovió y no hizo aire. La realidad me transportó sin preguntas por el camino en tierra. El viento pudo hacer un papalote y no este lienzo al óleo en que intento comunicarme.
Sin prisa avanzo constantemente. Entiendo la comedia de la existencia y aprendo a brincar con un pie en el estribo. Canto el estribillo y luego recuerdo la palabra exacta y no la escribo, no es necesaria.
En los callejones me persigue la eternidad que eludo jugando fútbol. Me rodeo de lo imposible para sobrevivir fingiendo hacer algo, demasiado humano, demasiado erróneo.
En el hábitat, con amor impuro, perplejo, llevo la procastinación a contemplar estas hojas. No es ninguna brisa, mis ojos lloran. Tengo la certeza de las criaturas en los ojos de un pájaro. Existir es caer lento al precipicio, es también, en una mañana pública, cuerdo ya, leer la hoja escrita durante Ia locura.
Entonces lo insólito desciende hasta el detalle y puedo verme. Soy un prisma terminado en cada extremo donde nada hubo, comienzo de nuevo y es el mismo algoritmo. No invento nada. No sé medir el espesor del suelo que piso, ni la densidad del aire que pido. Ha de ser feo todo eso, saber demasiado, pensar luego es ridículo.
Donde quiera me sorprende la vida, en un yacimiento de agua fui descubierto en otra máscara. Entre matorrales, en tinieblas, rara vez me siento aislado. Llevo conmigo el mi mismo que habla y calla.
Habrá retazos de mi en todas partes, vestigios de lo que no soy, en fin. Termina uno siendo otro, el más amable o el más terrible según el lado que se mire de la farsa.
Podría, a pesar de la hoja doblada hacia adentro, confirmar que estoy aquí en cualquier momento. Llego a tiempo a un sitio, soy el inglés perfecto que vaga por el mundo con el reloj de pulso.
En serio deseaba que las hojas volaran y adquirieran vida y que todo lo que he dicho valiera la pena. Pero soy tierra de nadie, cumbre de holas y buenos días, ¿cómo están todos ustedes?
Soy lo que soy, casualidad como todas las casualidades. Con el vestuario de la naturaleza, soy el sitio indicado para casar, soy mi presa y no logro escapar, tampoco podría ser separado de mi presa. Sin embargo los biólogos dóciles y compasivos me vendieron un vestuario en donde la naturaleza se deja en paz; aunque también puedo hacer bastante escándalo, listo para el cortejo.
Hecho a la medida del espectáculo, soy mi elegido por la palabra de la única página. Soy la población, la tira de mi patrimonio, el más cercano a la palma de mi mano que desconozco.
Debo reconstruirme antes del invierno, en mi hogar hago leña y no me quejo de la época ni de la piel delgada, ni del banco encima de un hormiguero. Simplemente espero al tiempo que se me ha dado, limpio el cuarto, arreglo las ramas de mi cabello en el profundo bosque del espejo.
Como todos, estoy completamente vulnerable en tierra, en contraste con las mariposas, o con los insectos en busca de una pareja, pero ese es un pretexto muy viejo, en lo que se busca seguir viviendo.
En realidad soy anfibio, procuro mi manutención fuera del agua, pero siento que empiezo a transformarme cuando bebo agua. Sin sorpresas hay cierto éxito en no tenerlo, en unos cuantos kilómetros de aquí a mi cuerpo. Hace años sabía todo lo que hoy digo, lo sabía aquel niño que olvidó decirlo.
Si estas hojas en que escribo volaran acabarían en blanco con mi historia. Quiero saber quién soy, pero hay que leer muchos libros para empezar de nuevo a cuestionar el hueco intocable de estar vivo. No hay muchos como yo a unos cuantos centímetros a la redonda. Lo más lindo de todo, es que eso no depende de otras personas.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA