8 diciembre, 2025

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El sol antes de las persianas 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

El sol es danza de fuego. A mediodía la danza de fuego baila en nuestras cabezas. Al atardecer la luz enrojece las calles y es pintor de chapas en las mejillas de las muchachas. 

El sol es oro molido disperso en el aire. Luego llama incendiaria de los montes violentos. El sol arroja por la ventana su existencia antes de las persianas y las cortinas calientes se desvanecen. 

Las láminas del pueblo son comales donde se puede guisar un huevo estrellado. En cambio, abajo de un árbol el sol nos hace los mandados. Sin embargo los cuerpos muestran cómo hay que cubrirse con una cachucha, con una sombrilla agujereada, un sombrero de ala. 

Gracias al sol los cristales se piensan fuentes de luz. Adentro de los recintos hay recipientes oscuros esperando un semáforo en luz ámbar. Queremos vitamina D para movernos, destreza de los niños que juegan a la pelota en el patio. 

Podríamos olvidar todo menos al sol que durante el día tiene un aire de familia. El sol es tan obstinado que casi hace olvidar a la luna, por más llena. El discurso por tanto contiene un punto de luz que esclarece las formas y las fórmulas para llenar una botella de agua. 

El sol se esconde atrás de las nubes, detrás de una montaña de un momento a otro nos sorprende, siempre lo hace desde el presentimiento. 

No importa lo que pase en el mundo, el sol sale. No importa cuánto corras , el sol te alcanza, no importando tampoco cómo te llames el sol te moja la espalda. El sol podría competir en una olimpiada. 

El sol, desde lo más alto que vemos, desciende hasta el detalle de los ojos y entonces parpadeamos. Desde su posición el rey sol traza líneas diagonales y  planea la otra arquitectura imaginable. 

Durante su paseo dominical el sol narra la historia antigua. Siempre hubo sol en todas las páginas y en todos los techos indefensos de las casas. Como siempre hubo perros callejeros bajo el sol y garrapatas, gente acostumbrada a respirar el agua evaporada y a rascarse. 

El sol, ese viejo que cargado de oro se acostó en el suelo, durante la noche visita la otra parte del mundo para cuidar su dinero; si llueve, se anuncia con el arcoíris, haga viento o no en Venecia, haya alguien o no al fondo de la casa. 

Si no existiera el sol, adentro y afuera fuese casi lo mismo, hubiera más gatos en los tejados y menos zapatos puestos. El día sumergido en su oscura puerto, no recibiría barcos de gran calado, de uno por uno los seres humanos, tal como nos dicen, fuéramos balsas de los sobresaltos y las mareas altas. 

En cambio la luna es una mujer desnuda. El sol dibujado en el cuaderno es un círculo, la luna tiene cuernos. El sol siempre sonríe pintado por un niño y la luna tiene la nostalgia de los enamorados. 

Como guijarros, el sol nos fue formando. En la orilla del agua el sol es playa y bloqueador, cristalería flotando en el agua como pequeñas embarcaciones, luces intermitentes, estrellas diurnas divirtiéndose en el océano. 

El sol no se cansa ni se agota, hay para cada animal y para cada hombre en este planeta. Somos por tanto, o por mucho que lo neguemos, inquilinos perpetuos del sol y sus esclavos. No por nada es que los ancestros lo hicieron Dios. 

Durante el invierno, desde el cielo, hecho un ovillo, el sol nos mira. Sol de cartón o de tela, el sol afuera del sol nos quita la cobija. 

El sol que es un grito, un estruendo, es un pequeño esbozo de silencio en invierno. Junto a la chimenea nos calentamos la manos de esa ausencia. Dicen que cuando oscurece, como si no existiera, es cuando el sol adquiere su real relevancia. 

 HASTA PRONTO 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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