Construyo un puente bajo la lluvia. Me edifico sobre el pasado. Con el tiempo lo que seré nadie lo sabe, sólo deseo un río para cruzar, un bosque para las tormentas, un trabajo y la humildad suficiente para sostener mi debilidad.
De pie y hacia un costado, inconmovible y acaso ridículo, el día me pertenece, la lobredad de bastos caminos me absuelven. Estoy en mi Whitman, en el poeta que cuenta los pasos rumbo a sí mismo. Y canto.
Lo he repasado todo y aún logro corregirme. Ignoro para qué sea la existencia. Estoy en el mundo imaginable, no podría ser otro. A pesar de todo estoy sereno en la ventana durante el día distinto, en mi cara rota. Desde ahí pego ladrillos en la raíz de un sueño.
Alguien me observa, nunca he sabido quién lo hace cuando me doy la vuelta. Sin caminar puedo adivinar el sustantivo pero no el objeto. Si apresuro el paso sería más largo el camino. Solo espero, a mi llegan los precipicios no invitados.
El espíritu maquila palabras, no he sido yo el producto final de la empresa. No escribí nada, ¿cómo pude ser tan cierto, mientras veo por la ventana? En el papel vacíe la garganta y alguien dijo que cantaba. En realidad fue una voz clandestina. No recuerdo haber dicho nada, ni haber inventado la música de alguna de las aves.
Supongo que estoy aquí para ustedes, obediente, en Ia mezcla de cemento que construye el presente, presiento los nombres, sé cómo se llama esta calle y la manera de caminar de las mujeres.
Todo se anuncia en mi rostro, soy el reflejo de este tiempo, el agua del frío arroyo, el arroz, el otoño de hojas sueltas. De corazón no quiero acostumbrarme a los versos, prefiero esta versión de alarife, de pico y pala, montado en bicicleta. Todavía puedo reír con los cabellos mojados en Ia ducha.
Si yo no estuviera cerca de mi, nada sabría de mi simpleza, esto es el aire que respiro, un par de pies, el saludo de un barco a otro, la música de viento, una piel morena, dos tazas de café muy de mañana, chin para qué hablaba, ya me dieron ganas.
El tiempo aventaja a los demás elementos, estoy quedando corto de memoria, olvidé lo que anhelaba, cosas que tal vez cumplí, el corazón acelera únicamente en superficie plana y dejo de pedalear de bajada. Ando bien recio comoquiera.
Me contradigo para llenar el perfil del ser humano. Tampoco acabo un día sin pensar lo contrario y estar del otro lado, en el principio de la hierba que nace para ser devastada, y así sucesivamente.
Si remodelo la casa es porque esta no fue lo que imaginé, pego ladrillo antes de salir sin puertas y de lejos ver el brote de un error en la escalera que debía llevar al cielo. Estoy disimulando con los pies en la tierra ser un hombre perfecto y, aunque no lo sea, habrá que creerlo para evitar que ciertas cosas sucedan.
Todo tiempo es el fin de los tiempos, el apocalipsis de lo sencillo que es dar un paso, salir del cuarto, cerrar los ojos, mover el cuerpo, dejar de leer o escribir un momento. Hay luto en aquello que ya no es, en los finales tristes y alegres, en el adiós donde quiera que dos se hayan abrazado.
Me estoy también ayudando: lleno el pesado camión de los minutos, sujeto el trebol mientras cae el sol sin descanso. Una mano invisible también me ayuda y salpica de entusiasmo mi inocencia. Donde quiera que yo esté, leo la lluvia para imaginar el puente que se ocupa.
En mi delirio siempre hay dos figuras que confundo. Creo es la misma y a ambas les hablo. Suelo equivocarme y me dirían “señor yo a usted no lo conozco”, perdón me equivoqué, juraría que es usted misma. Si es que tenemos un doble en este mundo, ¿dónde estaría el mio, en cuál parte del bosque de la China?
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA