En La sucesión presidencial en 1988 (Abraham Nuncio coord. Grijalbo 1987), Luis Javier Garrido enumera Las quince reglas de la sucesión presidencial. ¿Cómo va Andrés Manuel con respecto a esas normas?
Estos son los deberes presidenciales según ese ensayo: 1) El presidente entrante, al escoger a sus principales colaboradores, delimita la sucesión; 2) está obligado a tener presente la sucesión presidencial en los cuatro primeros años; 3) tiene que hacer recordar a las fuerzas del partido que el ejercicio de esa facultad “no escrita” es legítimo e irrenunciable; 4) ha de crear las condiciones para que su decisión final sea bien recibida: sin cuestionamientos de importancia; 5) debe ignorar las presiones a fin de conservar su autoridad; 6) debe decidir en la soledad quién será su sucesor; 7) debe comunicar la decisión tomada con una cierta antelación al elegido…
8) Tiene que adoptar medidas a fin de impedir que burocracias políticas o sindicales tomen iniciativas para imponerle un candidato (“madruguete”), para entorpecerle el ejercicio de esa facultad “no escrita”; 9) debe rechazar cualquier tentativa de vetar a sus posibles precandidatos; 10) debe preparar y supervisar personalmente el acto de destape; 11) la convención nacional del PRI no decide, sino simplemente ratifica, para legitimar; 12) una vez hecha pública la decisión, no puede ya dar marcha atrás; 13) debe disponerse tras el destape a compartir el poder con quien le sucederá; 14) ha de estar preparado para reconocer que, desde su punto de vista, va a ser traicionado, y 15) un expresidente no suele tener ya fuerza para intervenir en siguientes sucesiones presidenciales.
Hagan grupos de cuatro y pasen horas discutiendo si AMLO cumple las reglas que a estas alturas del sexenio ya le habrían tocado; o si cumplirá las otras que Garrido vaticina a todo mandatario tras la revisión de lo que, hasta 1987, había ocurrido en los procesos sucesorios posrevolucionarios.
Andrés Manuel presume que su diseño para la sucesión implicó la muerte del dedazo. Algunos piensan distinto, entre ellos Marcelo Ebrard, que sigue en su pataleo y con reclamos de que las encuestas en la interna de Morena fueron un montaje. Y, por eso mismo, López Obrador incumple la regla 4.
Cada una de las reglas aquí enunciadas es desarrollada por Garrido en cuartilla y media o dos cuartillas. Logra un texto entretenido al mezclar desde anécdotas de algunas sucesiones hasta referencias históricas concretas que confirmarían alguno de sus asertos.
En el caso de la regla 4, y pasadas ya cinco semanas de la conclusión de la interna morenista, López Obrador no ha logrado que sea aceptada la decisión final del proceso que él diseñó, y en el que la ganadora no fue sorpresa para nadie salvo, digamos, para el hasta hoy insumiso Ebrard.
Garrido expone sobre esta regla: “Las sucesiones presidenciales han sido todas autoritarias, pero no deben parecerlo; de ahí que para el presidente sea una prioridad el buscar una cierta legitimidad del procedimiento de selección al interior del ‘sistema’, por lo que, no existiendo los espacios ni las prácticas de democracia en el PRI, hay que simular una aparente consulta”.
Esa consulta no era abierta y menos una encuesta, pero se daba por sentado que existía, que el Ejecutivo auscultaba a líderes de todo tipo.
AMLO, en su “estilo personal de destapar” (Garrido dixit), propuso recorridos y encuesta. Mas al día de hoy no ha conjurado el peor riesgo de la regla 4: “La más grave de sus consecuencias: las escisiones en el partido”. Empero, es pronto para decir que MEC saldrá, o cómo, de Morena.
POR SALVADOR CAMARENA